La Organización de las Naciones Unidas (ONU) define a la patente como “un privilegio legal concedido por el gobierno a los inventores durante un plazo fijo, para impedir que otras personas produzcan, utilicen o vendan un producto patentado o empleen el método o procedimiento patentado (…) al expirar el plazo para el que se concedió ese privilegio el invento patentado pasa a ser del dominio público”.

La historia de las patentes en México data desde la época colonial, donde la corona española otorgaba a los inventores “gracias reales” por sus creaciones. En 1820, las cortes españolas expidieron un decreto para “reglamentar” el derecho de patentes. En la Constitución de 1824 se trató de regular la autorización de patentes; en los primeros años de vida independiente (1821-1832) el único requisito para ser merecedor de ese “privilegio” era que la innovación no atentara contra la salud ni el bienestar público.

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En el AGN se resguardan los registros de solicitud de patentes que hicieron mexicanos y extranjeros entre 1840 a 1980. Gracias a esos documentos podemos conocer que durante la petición del “privilegio” para usufructuar alguna innovación en el siglo XIX, el demandante debía remitir a la Oficina de Patentes, de la Secretaría de Fomento, una descripción de su innovación, acompañada de planos o dibujos donde se explicara su funcionamiento.

En su tesis sobre el tema, Laura Noemi Álvarez Acevedo refiere que “desde 1832, cuando Lucas Alamán, en su calidad de ministro de relaciones, otorgó a Juan Andrés Velarde la patente por el nuevo sistema de amalgamación, le solicitó al inventor que presentara ‘modelos’ o dibujos de su invento acompañados de una descripción exacta para que el gobierno le expidiera la correspondiente patente que asegurara su propiedad”. Es pues, innegable que en la historia de las patentes en México resalta el nombre de Lucas Alamán, cuyo mérito radicó en respaldar con leyes y capital del Estado a la industria. El Banco de Avío (1830-1842) es una muestra.

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Entre 1840-1900, los sectores en donde hubo un mayor desarrollo tecnológico fueron la minería, la industria textil, las artes químicas y la agricultura. “Durante la segunda mitad del siglo XX el registro de patentes floreció, en gran medida por la pacificación del país y la estabilidad política, ya que se inició el proceso de industrialización del país. La construcción de ferrocarriles, caminos, puertos, puentes, telégrafos y la introducción de energía eléctrica incrementó las innovaciones”, señala Álvarez Acevedo.

Una muestra de lo anterior es una solicitud de patente de José Bernal, en 1883, para tener privilegios sobre un nuevo procedimiento para hacer litografías; el gobierno mexicano resolvió que “el expediente relativo al privilegio que solicita el c. José Bernal, por un procedimiento de su invención para reproducir toda clase de impresos, grabados y litografías; lo ha examinado y lo encuentra arreglado a las leyes de la materia”, el privilegio lo tendría por diez años y pagaría 50 pesos.

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Otros ejemplos de innovaciones mexicanas durante el siglo XIX fueron: máquina para atrapar pescados; procedimiento para fabricar hielo; aparato para alumbrado con manteca; cómo mejorar los instrumentos musicales; silabario mecánico para enseñar a leer; fabricación de cigarros rusos; sistema para conservar el pulque; construcción de un aeromóvil dirigible; máquina para hacer tortillas; ametralladora mexicana, entre otros.

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Sobre la última mencionada, fue registrada por Luis Lavie en 1881, y solicitó “privilegio exclusivo por seis años, por los perfeccionamientos inventados y aplicadas a la ametralladora mexicana”. La patente se le otorgó al pagar 50 pesos.

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