Ante las bondades y calamidades que trajeron las apuestas derivadas de los juegos de azar —un pasatiempo recurrente en todos los niveles sociales novohispanos—, los altos mandos virreinales decidieron establecer la Real Lotería para suministrar, regular y sacar provecho del arraigo social que tenían estos juegos. Sin embargo, las diversas reglamentaciones que buscaban acabar con la clandestinidad de las apuestas no evitaron el surgimiento de las llamadas «casas de juego», las cuales pusieron nuevamente en aprietos a las autoridades.

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Los juegos de azar, como las cartas, los dados y los tableros de mesa, fueron introducidos al territorio americano a partir del asentamiento de los colonizadores españoles durante el siglo xvi. Dichas actividades lúdicas, se introdujeron por los conquistadores que las utilizaron para amenizar sus largas travesías marinas; más tarde, las mismas fueron adoptadas por los naturales de la región novohispana, quienes no solo aprendieron la forma recreativa del juego, sino también sus prácticas complementarias como las apuestas.

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Con el tiempo, este entretenimiento se convirtió en parte de la vida diaria de la ya conformada sociedad novohispana, en donde españoles, criollos, mestizos e indígenas, lo volvieron una práctica cotidiana que terminó disgustando a las autoridades debido a al consumo de bebidas alcohólicas durante el desarrollo del juego. Además, el abuso de las apuestas implicó la ganancia o pérdida de bienes materiales, lo cual provocó riñas y delitos que alteraban la paz pública; en consecuencia, se llegó a la prohibición de ambas actividades.

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Sin embargo, la costumbre de los juegos de azar con apuestas de por medio ya permeaba en todos los sectores sociales de la Nueva España, por lo que comenzaron a llevarse a cabo de manera clandestina. No obstante, la política ilustrada de los monarcas españoles era consciente de que difícilmente se erradicaría este hábito; por lo tanto, en 1770 se ordenó instaurar la Real Lotería, institución proveniente de Europa. Ya en territorio novohispano, la misma se encargaría, por una parte, de vigilar y regular el juego y, por la otra, de imprimir los billetes, de emitir los premios, establecer las reglas y recaudar ganancias para la Corona.

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A pesar de la instauración de la Real Lotería —pensada como mecanismo de control al regular los juegos de azar considerados como malas prácticas—, la clandestinidad permitió la posibilidad de seguir llevando a cabo actividades como rifas y sorteos dentro de establecimientos denominados como casas de juego. En su interior, se llegaron a producir ciertas estafas en las que se sorteaban billetes marcados como ganadores, pero que ya habían sido descartados por la Dirección General de la Lotería, situación que desconocían los participantes, quienes entusiasmados por obtener un billete premiado entraban a dicha dinámica, la cual representaba un jugoso negocio para los dueños de estos inmuebles de juego y apuestas.

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Ante las constantes demandas que se desataron en los tribunales por las estafas realizadas en las casas de juego, en 1773, las autoridades nuevamente intervinieron para tratar de controlar esta situación. A partir del bando emitido por el virrey Antonio María de Bucareli, mismos que se mandó a circular por todas las villas y pueblos de la Nueva España, se dio a conocer que las rifas y sorteos quedaban prohibidos y no se podrían realizar en ninguna casa de juego o inmueble particular. Además, se estipuló que, quien fuera sorprendido realizando dicha acción, sería acreedor a una multa de mil pesos y una condena de pasar cierto tiempo dentro del presidio. Para las autoridades, la entrada del bando virreinal significó el inicio de una constante vigilancia que asentó las reglas y castigos más estrictos dentro de la sociedad novohispana en todo aquello relacionado con los juegos de azar.

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Referencia:  AGN, Instituciones Coloniales, Impresos Oficiales, vol. 8, exp. 33.

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*Las imágenes utilizadas para ilustrar el presente relato son una interpretación libre realizada por la subdirección de difusión del AGN y no pretenden representar con exactitud los hechos ni escenarios de la época.*