En los Juegos Olímpicos de Tokio (1964), fue donde se concibió, por primera vez, un símbolo visual a la competencia deportiva más importante a nivel mundial. Cuatro años después, México creó una de las identidades olímpicas más originales e, incluso, más trascendentales, considerada hoy en día un hito del diseño mexicano.   

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Para los trabajos de diseño visual y gráfico —los cuales reunieron unas 400 personas, entre artistas, escritores, fotógrafos, diseñadores, traductores y arquitectos—, Pedro Ramírez Vázquez, director del Comité Organizador de los Juegos de la XIX Olimpiada, creó el Departamento de Publicaciones, dirigido por Beatrice Trueblood; y el de Diseño Urbano, coordinado por Eduardo Terrazas.

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Este nutrido equipo dio un carácter especial a la identidad de la Olimpiada de 1968, al insertar en los diversos elementos visuales para el evento (carteles, programas, publicaciones, boletines, símbolos y pictogramas para la señalización) una perceptible identidad mexicana. Eduardo Terrazas y el diseñador gráfico norteamericano Lance Wyman, tomaron la idea de Pedro Ramírez de combinar el arte óptico, propio de aquella época, con rasgos del arte de la cultura huichol, para diseñar el logotipo de México 68.

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En ese momento el arte de moda era el óptico... que usa líneas convergentes paralelas y concéntricas, tal como lo hace el arte de los indios huicholes. Hacia finales de los 60 los dos estilos chocaron. 

Pedro Ramírez Vázquez

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Para el verano de 1968, los símbolos distintivos para cada uno de los deportes olímpicos; la tipografía; el logotipo de México 68; y la paloma de la paz, creada igualmente por Wyman, se habían posicionado en la sociedad mexicana y en el resto del mundo, pues se desplegó una amplia campaña de difusión que buscó dar a conocer todos estos elementos visuales, dentro y fuera del país. Las calles de la Ciudad de México se llenaron de coloridos anuncios, carteles, señales e incluso vestimentas con el tema de la XIX Olimpiada; mientras que a diferentes partes del mundo llegaban exposiciones, galerías y pabellones culturales, que exhibían la imagen moderna de nuestro país.

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A la par de los preparativos para el magno evento de carácter internacional, miles de estudiantes mexicanos tomaron las calles para manifestarse en contra de la violencia que el Estado ejercía para coaccionar cualquier movimiento social e incluso para silenciar toda opinión contraria.

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Poco a poco, el movimiento estudiantil fue adquiriendo —mediante la organización—, la fuerza necesaria para atraer a otros sectores de la sociedad, sumándose las voces de artistas, maestros, intelectuales y trabajadores, lo que significó intensidad y originalidad, en términos de propaganda y lenguaje.

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En las diversas manifestaciones que se llevaron a cabo de julio a septiembre de 1968, se observó la influencia de elementos visuales olímpicos, con el fin de mostrar y criticar la realidad social que la prensa intentaba ocultar y censurar. Ejemplo de ello fue la intervención del estudiante de la Academia de San Carlos, José de Jesús Martínez Álvarez, quien colaboró dentro del movimiento creando una producción gráfica emergente; siendo la Paloma de la Paz atravesada por una bayoneta su obra más representativa y simbólica.

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La intervención de Martínez a este logotipo nace de la antilogía de dos discursos; por un lado unos Juegos Olímpicos que apelaban por la paz, en el contexto de la Guerra Fría; y por el otro un Estado autoritario, dispuesto a utilizar toda la fuerza necesaria para, en palabras del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz, “impedir la destrucción de las fórmulas esenciales, a cuyo amparo convivimos y progresamos”.

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Sin duda, la XIX edición de los Juegos Olímpicos representó una de las páginas más brillantes en la historia del deporte en México. Sin embargo, la mancha indeleble de la matanza del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, terminó por mancillar el evento.

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