En 1995, el Archivo General de la Nación con el fin de revalorar y reconocer el quehacer de los y las archivistas designó el 27 de marzo como el Día del Archivista. Se eligió tal fecha  porque en 1790, el virrey Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla y Horcasitas, II conde de Revillagigedo, remitió al Ministerio de Gracia y Justicia de España una carta en la que exponía la necesidad de la creación de un Archivo General para la Nueva España, ante el mal estado de la documentación de diversas instituciones del virreinato, que en su mayoría se encontraba sepultada y olvidada en diversas oficinas, cubierta de polvo.

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La carta fue fundamental para la creación del Archivo General de la Nueva España, al haber sido favorable la respuesta por parte de las autoridades, siendo emitidas finalmente en 1792 las Ordenanzas para el Archivo General, en las cuales quedaba instituido el cargo del Archivista General, ya que uno de los problemas era la indiferencia que mostraban los encargados de tan importante documentación y sólo una persona ilustre tendría la capacidad de tan abrumadora labor.

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En nuestros tiempos, la tarea de los y las archivistas sigue siendo fundamental para el rescate, preservación y difusión de la memoria, pilar de la transparencia, la rendición de cuentas y, sobre todo, la gobernanza. Sin embargo, al igual que en tiempos remotos, su labor no resulta nada sencilla, ya que además de los desafíos que confrontaron generaciones antecesoras, se han añadido nuevos retos en nuestra era, caracterizada por el desarrollo de una creciente generación de productores de información digital, que hacen visible el problema de la preservación y autenticidad de la documentación digital.

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Por ello, el archivista de la era de la información debe generar diversas estrategias, con el objetivo de asegurar la longevidad de estos materiales, motivar la investigación internacional y multidisciplinaria para crear cruces de información con otros profesionales, y dar solución a los nuevos retos que representa la memoria digital

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Asimismo, el contexto histórico demanda un mayor número de archivistas profesionales, que puedan enfrentar el aumento de la producción de documentación, ante la expansión de las organizaciones públicas, privadas y sociales; y garantizar el ejercicio del derecho a la información puntual y oportuna a los ciudadanos. Adicionalmente, el archivista del siglo XXI tiene que contar con la preparación necesaria para fomentar la inclusión de la ciudadanía e impulsar un nuevo modelo de gestión, basado en una sociedad informada que, con base en ello, demanda y propone mejoras al gobierno.

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Resulta contraproducente la situación actual en América Latina ante un evidente déficit de programas universitarios tanto en licenciatura como en posgrado, que apunten a la formación profesional en la carrera de la archivología, que puedan sanear la creciente demanda. Por lo tanto, el archivista debe de ponerse el uniforme de publicista y difundir su quehacer, para que el trabajo que realiza trascienda y sensibilice a la sociedad acerca de los beneficios de la archivística. Porque sólo con la difusión, el fomento a la formación académica y a la investigación en el campo de la archivología, se podrá solventar el déficit de archivistas.

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Es fundamental además que el archivista recuerden que:

  • Debe ser divulgador de la memoria histórica, resguardarla para su preservación, pero no esconderla ni atesorarla.
  • Debe ser curioso de lo que custodia y resguarda.
  • No debe perder la capacidad de asombro de lo que se puede encontrar en los documentos que resguarda.
  • Tiene que estar preparado para planear y generar modelos institucionales.
  • Debe estar capacitado para explicar a los ciudadanos de qué manera el gobierno abierto puede influir en su vida cotidiana.
  • Tiene que teorizar, investigar y escribir más para que su oficio obtenga mayor visibilidad.

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