Es bien conocido el papel que tuvo la religión católica como fuerza motriz de las acciones más osadas de los españoles que emprendieron la conquista militar de los pueblos mesoamericanos, pero también sabemos que funcionó como un poderoso instrumento para dominar las consciencias de los que se convirtieron en nuevos vasallos de España. La Virgen María y sus advocaciones desde muy temprano fueron una expresión de la nueva visión de un mundo dominante, de modo paralelo a la persecución de las prácticas religiosas prehispánicas. También es cierto que el prematuro surgimiento de una divinidad nativa de esta índole -la Virgen de Guadalupe- condensó las cosmovisiones de los mundos en tensión. Podría parecer que la promoción del culto mariano contribuyó todo el tiempo al fortalecimiento de los nuevos valores dominantes; sin embargo, los documentos del fondo Inquisición nos permiten aproximarnos a las formas de apropiación popular de la divinidad y la manera en que vincularon su culto con problemáticas de la vida cotidiana que exploraban los linderos entre lo permitido y lo prohibido.

La imagen de la Virgen María llegó al territorio que posteriormente sería denominado Nueva España de la mano de los conquistadores encabezados por Hernán Cortés, quien tras obtener su primera victoria en estas tierras consagró su primer asentamiento a Nuestra Señora con la fundación de la villa de Santa María de la Victoria, en el hoy estado de Tabasco, en marzo de 1519. Desde ese momento hasta alcanzar Tenochtitlán, los españoles se acompañaron de la imagen de la Virgen María, quien tomó un papel importante en la conquista, al ser una de las imágenes presentadas ante los caciques indígenas para ser adorada y obedecida.

Esta incorporación obligada del símbolo de María fue asimilada con el paso del tiempo por la sociedad novohispana de diversas maneras. Numerosos sitios llevaron el nombre de una advocación de la Virgen María, mientras que su imagen fue difundida de manera masiva a través de múltiples representaciones escultóricas y pictóricas. Asimismo, los representantes eclesiásticos establecieron un vehemente clima religioso en la vida social y privada de los individuos de la Nueva España a través de un sistema semanal de misas, la práctica regular de la confesión y el adoctrinamiento con numerosos relatos sobre su vida de abnegación y sufrimiento con la finalidad de “conocer la vida de los fieles y encauzar educadamente sus impulsos y emociones, sobre todo la sexualidad”.[1]

Esto propició un culto mariano muy extenso por todo el territorio de la Nueva España, que no sólo se observó en las diversas expresiones religiosas y sociales públicas, también en la vida privada de las personas, siendo un recurso preciado para aliviar el mal, la enfermedad y las faltas morales consideradas como pecados. Una de las maneras en que se manifestó esta fascinación y poder de María fue a través de las apariciones o revelaciones. En este caso, tal como analiza la historiadora Marialba Pastor, <<es posible advertir cómo todas las regiones de la Nueva España vieron aparecer tantas vírgenes “como estrellas en el cielo”>>.[2]

Este fenómeno derivaba de una antigua práctica que buscaba manifestar la fuerza protectora y salvadora de la Virgen María sobre un lugar o persona, fenómenos que se expresaron en la Nueva España, pero que por su carácter llamaron la atención de las instituciones de control moral y visión del mundo. Tal fue el caso de Catalina Cordera, quien en mayo de 1570 comenzó a tener visiones de la Virgen María tras haber experimentado diversas situaciones emocionales que involucraban una carga moral por la transgresión a las normas sociales vigentes. Su caso salió a la luz cuando un día estando en misa se desmayó frente a todos los feligreses. Tras recobrar el sentido y recuperarse, ella sólo recordaba un fuerte dolor; sin embargo, los testigos señalaron que luego de perder la conciencia comenzó a “gemir de forma diabólica” y a decir cosas “desatinadas”, sin sentido, según el expediente del proceso que le fue seguido por la Inquisición, institución para la que no pasó inadvertido el incidente.

Durante la diligencia se identificó que Catalina era una mujer de 30 años que se había establecido en Guadalajara tras la muerte de su esposo. La susodicha declaró que una noche, mientras se disponía a dormir, se le apareció la Virgen, quien le comunicó que “era escoxida de la madre dios y q[ue] era santa catalina linpia sin pecado y q[ue] todos le avian de adorar por santa” (imagen 1). Estas apariciones o revelaciones de la Virgen se dieron de manera constante, llegó a señalar Catalina.

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Imagen 1: Relato de Catalina Cordera sobre las apariciones de Virgen María, Guadalajara, 18 de noviembre de 1570.

Las apariciones no pasaron desapercibidas por el cura Francisco Angulo, quien en un inicio intentó controlar las acciones de Catalina con una fuerte vigilancia. Sin embargo, no tuvo éxito, pues las visiones se incrementaron y agravaron el estado mental de Catalina. Francisco terminó por exhortarla para que se denunciase ante el Santo Oficio por todas las cosas que había dicho. Catalina siguió el mandato al pie de la letra con la finalidad de encontrar la misericordia de la Virgen María, pues, tal como llegó a manifestar el testigo Francisco Martín, a la acusada se le había escuchado pedir clemencia a la Virgen:

 

A la sesta pregunta pregunta dyjo este t° [testigo] que lo que sabe de la dycha pregunta es que oyo dezyr que estaba muy arrepentyda y que la dycha catalina cordera le byno a dezyr asyendola de las manos llorando muy rrezyamente dyzyendo v [vuestra] madre mia que es esto que dyzen que digo que estoy fuera de juyzyo que digo de la madre de dyos a ella me encomiendo ayudeme vra [vuestra] md [merced] a encomendarme a ella y a su prezyoso yjo que en ellos tengo yo mi esperanza que me an de lybrar de todo y que ella mysma la azya llorar de bella tan atrybulada como pedya a dyos miserycordya y esto es lo que sabe (imágenes 2 y 3).

 

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Imágenes 2 y 3: Testimonio de Francisco Martín sobre lo que dijo Catalina Cordera, Guadalajara, 20 de julio de 1570.

Durante el proceso salió a la luz información sobre el pasado de Catalina, como la denuncia que le había sido levantada en la ciudad de Compostela por el delito de amancebamiento con García de Chávez, persona que había conocido por ser amigo de su difunto esposo. La denuncia señalaba que las relaciones carnales habían iniciado cuando su esposo aún vivía y continuaron una vez que murió. Como consecuencia de esta relación fuera del matrimonio, ella había quedado embarazada, aunque no logró llegar al parto porque sufrió un aborto espontáneo.

En este punto, es probable que, tras la muerte de su esposo, su aventura con García de Chávez y la muerte de su hijo, ella cargara con una culpa social producto de la moral de aquella época, la cual le provocó un malestar mental cuando se mudó de Compostela a Guadalajara, de ahí que las visiones y las palabras de la Virgen fueran un medio de liberación que ella buscaba para descargar su conciencia: “noche a medianoc͡he estando yo despierta q[ue] no dormía vino la madre de dios y asentose y rrecostose en un coxin q[ue] tenya y dixome hija my͡a mucho te quiero y sabete q[ue] el hijo q[ue] se te murio sabete q[ue] esta e[n] [e]l cielo yo te quiero mucho q[ue] te tengo por hija” (imagen 4).

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Imagen 4: Declaración de Catalina Cordera, Guadalajara, 18 de noviembre de 1570.

Unos meses más tarde, el 24 de marzo de 1571, el Tribunal de la Inquisición encontró culpable a Catalina. Esta fue condenada a escuchar misa, un domingo o día de fiesta, en la iglesia mayor de Guadalajara, donde debía permanecer de pie, descalza y con una vela encendida en la mano, penitencia que tenía que cumplir dentro de los primeros 15 días tras haber sido dictada la sentencia. Además, debía cubrir una multa de dos salarios por las palabras malsonantes que había pronunciado en su trance. Por último, fue condenada a dos años de destierro del obispado. Una vez que Catalina se fue de la ciudad de Guadalajara no se volvió a saber nada de ella.

Como se puede deducir, el caso de Catalina se presenta como un resultado del proceso de la promoción del marianismo, una devoción que dentro de todo implicaba llevar una vida recta a semejanza de la Virgen María, en especial para las mujeres. En el culto a María, las personas que se consideraba que se habían desviado del camino correcto podían encontrar una protección para la salvación de sus almas y establecer un vínculo directo con la madre de Dios a través de apariciones o visiones a manera de protección. Estas manifestaciones divinas no alentaron a las personas únicamente de manera privada, también confortaron de manera colectiva, un claro ejemplo de ello fue el impacto que tuvo la aparición de la Virgen de Guadalupe a san Juan Diego, quien se consolidó como la “protectora de la nueva nación mestiza”.[3]

Bibliografía consultada:

Pastor, Marialba, “El marianismo en México: una mirada a su larga duración”, Cuicuilco, México, vol. 17, núm. 48, enero-junio, 2010, pp. 257-277. [Consulta: 6 de julio de 2022.]

Referencias de imágenes:

Imagen 1: Relato de Catalina Cordera sobre las apariciones de Virgen María, Guadalajara, 18 de noviembre de 1570, en AGN, Instituciones Coloniales, Inquisición, vol. 128, exp. 2, f. 110v.

Imágenes 2 y 3: Testimonio de Francisco Martín sobre lo que dijo Catalina Cordera, Guadalajara, 20 de julio de 1570, en AGN, Instituciones Coloniales, Inquisición, vol. 128, exp. 2, fs. 32v y 33f.

Imagen 4: Declaración de Catalina Cordera, Guadalajara, 18 de noviembre de 1570, en AGN, Instituciones Coloniales, Inquisición, vol. 128, exp. 2, f. 110v.

[1] Pastor Marialba, “El marianismo en México: una mirada a su larga duración”, en Cuicuilco, vol. 17, núm. 48, 2010, p. 263.

[2] Ibid., p. 270.

[3] ibid, p. 267.