A finales del siglo XIX, nuestro país experimentó un importante proceso industrial, al establecerse las primeras fábricas, acrecentarse los sistemas de manufactura y levantarse una moderna red de infraestructura ferroviaria en el territorio nacional, factores que ocasionaron una mayor demanda de recursos naturales para la producción, entre ellos, la madera de los frondosos bosques de México. Donald Worster refiere, en Transformaciones de la Tierra, que la era de la producción capitalista introdujo una relación nueva y característica de la gente hacia el mundo natural, cualquiera que fuesen los significados emocionales que la tierra había tenido para el ser y su identidad, fue suprimido de modo que la economía de mercado pudiese funcionar libremente. 

 

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Los daños que se comenzaron a presentar por la tala inmoderada determinaron la preocupación de diversos sectores de la sociedad mexicana, los cuales, motivados para hacer frente a los problemas de la deforestación, ante la creciente demanda de madera como materia prima para las fábricas, el sector minero y la elaboración de durmientes para la naciente red férrea, impulsaron una legislación forestal mexicana.

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Informe del presidente de la Junta Central de Bosques, que da a conocer los fines que se persiguen con el establecimiento de las Escuelas Forestales, 3 de agosto de 1909, Fondo Bosques, Caja 7, legajo 9, exp. 169, AGN.

A pesar de que el primer reglamento relativo a la tala de árboles se expidió en 1861, por el entonces secretario de Fomento Ignacio Ramírez, no se pudo evitar el daño a los bosques ocasionado por el desarrollo industrial. Especialmente dos sectores fueron los que mayor consumo tuvieron sobre esta materia prima: el sector minero, que utilizaba la madera como combustible para el proceso de la fundición de metales; y las compañías ferrocarrileras que, según la estimación dada en 1905 por el periódico La voz de México, para levantar una milla (1,609 metros) de vía férrea, se necesitaban 1,500 durmientes, lo que obligaba a talar 745 árboles. Esto significó que, para la construcción de la vía del Ferrocarril Central, de aproximadamente 1,971 kilómetros —la más larga de todo el país, construida durante el porfiriato—, se necesitó un total de un millón de árboles, sin considerar los que fueron necesarios para el levantado de puentes, estaciones y elaboración de durmientes de repuesto. 

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En la primera década del siglo XX, para contrarrestar el impacto ambiental negativo que los famosos caminos de fierro ocasionaban a las zonas verdes, la Secretaría de Fomento, por conducto de la Junta Central de Bosques (1905); y posteriormente el Departamento Forestal (1910), se enfocó en evitar la destrucción de los bosques y la repoblación de las zonas dañadas por la tala inmoderada para fines industriales o para consumo.   

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Fue precisamente la Junta Central de Bosques, establecida en 1905 y encabezada por Miguel Ángel de Quevedo, quien dirigió las primeras acciones de conservación y reforestación, no sólo en la Ciudad de México sino en todo el país, pues a través de las Juntas Locales que se fueron formando en los diversos estados de la República se intensificó el proyecto de repoblación de bosques; pasando de la iniciativa de plantar árboles sólo el “Día del árbol”, a una decidida campaña permanente de reforestación. 

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Como parte de los festejos del Centenario de la Independencia de México, la Junta Local del Centenario de la Independencia, solicitó a la Junta Central de Bosques cinco mil árboles, entre eucaliptos y cedros, mismos que fueron plantados en todas las calles de la colonia Carmen en Coyoacán, 12 de junio de 1909, Fondo Bosques, Caja 7, legajo 9, exp. 162, AGN.

Este organismo integró a una generación de conservacionistas, que fue creando un nuevo diálogo entre el individuo y la naturaleza, lo que en ocasiones resultaba una contradicción de dos discursos: pues, por una parte, no podían ir en contra del ideal de progreso, que abanderaba una práctica intensificada de la explotación de los recursos naturales; y por el otro, la necesidad de crear una legislación de preservación de bosques, que restringiera el uso de las riquezas forestales. Al final, la Junta Central se concentró más en señalar qué efectos de la industrialización podrían tener mayores impactos negativos sobre el medio ambiente, así como emitir recomendaciones para no propiciar la destrucción de las hábitats naturales del país, tal y como se puede apreciar en una de las recomendaciones dadas a la Secretaría de Fomento, sobre el asunto del señor H. S. Beattie, quien solicitó el libre derecho de introducir maquinaria para la explotación de madera en un monte del estado de Oaxaca:

Sólo sería conveniente otorgar esas franquicias para el caso de una explotación que se sujete a reglas estrictas, a la vez que garanticen el máximo aprovechamiento del bosque, asegurando asimismo su indefinida conservación o regeneración. 

Consulta del Sr. H.S. Beattie, si se le puede conceder  libre derecho la introducción de maquinaria para la explotación de madera,  23 de noviembre de 1910, Fondo Bosques, Caja 7, legajo 12, exp. 25, AGN.

 

La destrucción de los bosques no se pudo enmendar totalmente, pues el daño que traía consigo el desarrollo fue tan amplio que zonas como Veracruz padecían ya los problemas climáticos. La única manera de equilibrar dichos males era intensificar las reforestaciones en todo el país, tarea que la Junta Central inició en 1906. Los informes, hoy conservados en el AGN, dan testimonio de las acciones de repoblación forestal que se dio en gran parte del territorio. Esto también propició el desarrollo académico de la dendrología (la ciencia y estudio de las plantas arboladas); pues para repoblar las áreas deforestadas se tenía que conocer qué tipo de árbol sería el adecuado para un determinado clima y terreno. Sin embargo, en ocasiones la elección de los árboles respondía a un imaginario estético ambiental. Como en el caso de la recomendación hecha por la Junta Central de Bosques a Gabriel José González, sobre el tipo de árbol adecuado para las calles de Empalme, Sonora:

Los árboles que convendría propagar en las calles de aquella población, tengo la honra de manifestar a usted que deben recomendar a dicho señor todas las especies de casuarinas, pero entre éstas con especialidad la variedad cunninghamiana, por ser la de más hermoso porte, así como también el algarrobo. Por lo que respeta a los eucaliptos, son propios para aquella región, pero no para las calles. 

Consulta del Sr. Gabriel J. Gonzalez de Guaymas, Sonora, Sobre la clase de árboles convenientes para aquella región, 29 de marzo de 1909,  Fondo Bosques, Caja 7, legajo 12, exp. 219, AGN.

Sin duda, el fondo documental Bosques ofrece una amplia información sobre las primeras acciones realizadas para la repoblación de los bosques mexicanos, así como testimonios de los efectos negativos que se presentaron en el medioambiente a causa de la tala inmoderada de árboles durante los inicios de la industrialización del país. Fuentes históricas de gran valor para el desarrollo de una “historia ambiental”, que hoy en día, ante el deterioro climático, se hace necesario su desarrollo, para proponer soluciones a los problemas que vivimos.

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Para conocer más sobre este fondo, consulta la Guía General de Fondos, elaborada en 1990, que ofrece información detallada de algunas colecciones que se preservan en el Archivo General de la Nación.

Entre los instrumentos de consulta que los usuarios pueden utilizar para tener acceso a la descripción de los expedientes del Fondo Documental Bosques, se encuentra el Sistema Informático de Registro, Normalización, Administración y Digitalización de Archivos (SIRANDA), el cual se puede consultar en el Centro de Referencias del AGN. 

Consulta el acervo del Archivo General de la Nación y conoce, a través de sus documentos, la historia de México. Para conocer como consultar los fondos documentales y gráficos del AGN visita la siguiente página.    

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