Para inicios de los años 70, México se preparaba para la salida de una administración encabezada por el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz. Sin embargo, los diversos movimientos sociales que se habían presentado durante su gobierno —especialmente el Movimiento Estudiantil de 1968, que exhibió la cara autoritaria del Estado—, habían desacreditado la imagen presidencial y deteriorado la relación entre la estructura gubernamental y la sociedad civil, situación que ponía en duda la legitimidad y credibilidad de los comicios que se vivirían el 5 de julio de 1970. El politólogo Erwin Rodríguez Díaz explica que:

Este complicado escenario obligaba al gobierno del país a cambiar, con la premura posible, su política, por simples razones de gobernabilidad y de permanencia. También para mostrar un nuevo rostro ante los interlocutores internos y externos.

Erwin Rodríguez Díaz, Por la voluntad o por la fuerza. El escenario para la apertura democrática y la reforma política. Echeverría y López Portillo, Estudios políticos, México, 2011.

Por lo cual, ante la creciente oposición y crítica que se había desatado en contra, el gobierno comenzó a modernizar los antiguos canales de la democracia, para recuperar la credibilidad y reforzar la idea de "un país donde el pueblo tenía voz y voto". Uno de los primeros cambios fue la reforma al artículo 34 constitucional, con lo cual se buscaba sumar a la juventud dentro de la vida política, con lo que, con la reducción de edad para el goce de derechos políticos, pasando de los 21 a los 18 años, se lograría aminorar la aversión del sector de educación media superior y profesional hacia el gobierno. Esta reforma democrática se gestionó durante 1969, con miras a las elecciones de 1970. Octavio Sentíes Gómez, el entonces presidente del Congreso, señalaría con júbilo al presidente Díaz Ordaz durante su Sexto Informe de Gobierno, que uno de los resultados de haber incluido a los jóvenes fue “que el país pasara impecablemente la prueba suprema de una democracia que es el proceso electoral”. 

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Por su parte el candidato Luis Echeverría Álvarez, expresó ante el periódico El Nacional (3 de julio de 1970), su opinión sobre la influencia que ejercería la juventud mexicana, asegurando que a pesar de que los jóvenes integraban el sector que representa, desde el punto de vista sociológico, cambio, sangre nueva, ideales, impulso, ilusión por la vida y por el provenir; tenía plena confianza en la victoria y continuidad del sistema que había emanado de la Revolución Mexicana. En el trasfondo de estos cambios, dentro del sistema democrático, se ocultaba el verdadero objetivo:

Mantener el poder en manos de las mismas fuerzas hegemónicas. Lo que se trataba de evitar era un cambio estructural, aun cuando se dieran reformas en el terreno político… Ante todo, para el sistema político mexicano era imperativo recobrar la credibilidad en los procesos electorales.

Ibídem.

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Este poder dominante había actuado en 1968 sobre ese mismo sector que sería dotado de derechos políticos; pero esa misma represalia que ejerció fue una de las causas del deterioro del régimen, pues tal como señaló Manuel Moreno Sánchez “el movimiento estudiantil demostró que no se puede recurrir a la represión sin esperar secuelas negativas para el propio gobierno”. Algunas de éstas fueron —como se ha señalado—, desacreditación del Estado y la creciente organización ciudadana de los sectores que se encontraban fuera del corporativismo, como en el caso de los grupos estudiantiles, que enarbolaron la idea de lograr un cambio político, por la vía legal.

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Después de los acontecimientos del 2 de octubre de 1968, la protesta estudiantil se encaminó a: recapitular todas las acciones de coacción del Estado hacia los estudiantes; la lucha por sus compañeros encarcelados en Lecumberri y la organización para conjuntar una oposición hacia el régimen. Por ejemplo, el Comité Coordinador de Comités de Lucha del Instituto Politécnico Nacional, recordaba a sus integrantes que:

La política de represión del gobierno en contra del pueblo y de nosotros los estudiantes, especialmente, continúa en forma ascendente... El pueblo no debe esperar que el Estado respete sus derechos, sino que sólo puede tener confianza en su propia fuerza, en su propia acción.

Central Nacional de Estudiantes Democráticos (CNED), A los obreros, al pueblo, al estudiantado en general, 1969. Recuperado de http://www.m68.mx/#/acerca-de  

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Si bien es cierto que una parte de la juventud mexicana se había lanzado a un combate frontal contra el Estado, conformando guerrillas urbanas —Laura Castellanos señala en México Armado 1943-1981, que más de una treintena de guerrillas se crearon en la década de los sesenta y setenta—, otra gran parte de los jóvenes buscaron un cambio político del país por los métodos marcados por la democracia, visualizando su primera oportunidad en las elecciones de 1970.

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Rogelio Ramos Oranday, en Las Elecciones en México: evolución y perspectivas (1985), expone que las estadísticas del padrón electoral de los comicios de aquel año, revelan que la población empadronada alcanzó una cifra de 21.7 millones, cantidad superior a la registrada en 1964. Asimismo, en aquellas votaciones la oposición ganó terreno logrando 2 millones de votos, en parte debido al incremento en el empadronado y a la participación de la juventud mexicana.

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Ante la victoria de Luis Echeverría, se dejó ver nuevamente que el ejercicio electoral, en aquellos años, servía sólo para legitimar al régimen de la Revolución Mexicana. La entrante administración no tardó en dejar al descubierto todos los malestares políticos que se habían desatado en la década de los sesenta. Esto en parte a que las reformas que se dieron durante la apertura democrática, coexistieron con las antiguas prácticas de represión, asegurando con ello:

La organización de un aparato de seguridad que constaba tanto de instituciones legales, que operaban de manera abierta, como de otras ilegales, que operaban de manera encubierta, permitía llevar a la práctica el control de los disidentes.

Margarita Favela, “Sistema político y protesta social: del autoritarismo a la pluralidad” en Los grandes problemas de México, El Colegio de México, 2010.

Erwin Rodríguez menciona que esta antilogía entre reforma y represión, era coherente con “la naturaleza cerrada del régimen autoritario y la genuina necesidad de conservar la estabilidad y asegurar el mantenimiento del orden social mediante mecanismos que reforzaban la estructura de poder”.
Paulatinamente se fue resquebrajando el control que el gobierno ejercía en el sistema democrático mexicano, dando paso a importantes transformaciones de nuestra historia política, donde los jóvenes han tenido una influencia importante.

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