Poco después de la Conquista de América, los primeros españoles que arribaron a lo que sería territorio novohispano, encontraron un sistema comercial en el cual estaba excluida la moneda acuñada. El sistema prehispánico —basado en el trueque de mercancías—, sería reemplazado paulatinamente por el método imperante en España, que utilizaba la pieza monetaria como único medio de cambio.

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El primer intento por establecer el régimen de uso monetario en la Nueva España, fue tratar de introducir piezas acuñadas en Castilla. Y para ello, la Corona realizó varios envíos de monedas, procedentes de las cecas (los lugares donde se fabrica o emite moneda) castellanas. Este método no obtuvo mayor éxito y mucho menos aliviaron las dificultades existentes en las actividades comerciales, debido a que la importación desde España era ineficiente y de alto costo, además de que no se alcanzaban a cubrir las cantidades que la población demandaba.

Por estos motivos y la falta de una casa acuñadora en la Nueva España, provocaban que los tratos comerciales siguieran resintiéndose, afectando incluso los intereses de la propia Corona, ya que los indígenas pagaban sus tributos con mercancías, lo cual imposibilitaba la acumulación y rendimiento de la moneda.

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Esta serie de factores marcados en el contexto, llevaron a la decisión de instalar una Ceca en territorio novohispano. La riqueza de metales preciosos en la región, las abundantes y fecundas minas de plata, las cuales se iban descubriendo hacia el norte, acabaron por reafirmar su instauración.

Las primeras monedas acuñadas fueron las de plata. Llevaban impresas una cruz y las armas del reino. Y así se mantuvo hasta 1732, cuando aparecieron las llamadas de tipo columnario, reemplazadas en 1773 por las monedas de busto, que tenían a los reyes de España en el anverso.

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El proceso de elaboración comenzaba con la revisión del mineral por parte del ensayador, para certificar su legitimidad. La fundición se hacía en un horno de crisol, vertiendo posteriormente el metal en moldes. La barra resultante era aplanada sobre un yunque de platero y luego recortada para obtener una forma aproximadamente circular.

La acuñación fue inicialmente artesanal, a golpe de martillo, utilizando cuños y troqueles. El resultado eran monedas irregulares y pesadas, las cuales eran revisadas nuevamente por el ensayador, en presencia del tesorero y escribano, para así entregarla a sus dueños.

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En 1753 la Corona retomó la administración directa de la Casa de Moneda. En adelante, la institución compraría la plata a los introductores y las monedas acuñadas pertenecerían a la Real Hacienda. Debido a la gran demanda de monedas se introdujo nueva maquinaria, grandes molinos de laminación para aplanar las barras y prensas de volante, que permitieron la acuñación de piezas circulares uniformes. Para este fin se realizaron diversas ampliaciones y modificaciones en el edificio, todo bajo la dirección de Nicolás Peinado Valenzuela.

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Con el inicio de la guerra de Independencia, la Casa de Moneda sufrió una grave crisis, debido a que muchas minas fueron abandonadas y, en otros casos, los caminos eran demasiado peligrosos para transportar plata hacia la capital virreinal. Esto llevó a las autoridades a establecer casas de moneda provinciales.

A raíz de la independencia, la ceca pasó a llamarse por breve tiempo Imperial Casa de Moneda de México, y posteriormente Casa Nacional de Moneda.

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