Muy buenos días, quiero saludar en primer término al Gobernador Constitucional del Estado de Yucatán, Rolando Zapata, gracias por tu anfitrionía. Saludar igualmente al Ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, por compartirnos su tiempo, pero además, compartir con nosotros un linaje de compromiso con la igualdad de mujeres y hombres.

Saludar también a Ana Güezmes, de ONU Mujeres, sin cuyo apoyo y acompañamiento no hubiésemos podido hacer realidad muchas de las iniciativas de esta Cancillería para lograr la igualdad entre mujeres y hombres; y saludar a mi amiga Lorena Cruz, titular del INMUJERES, compañera de visión, compañera de lucha y una de las mujeres que hoy desde el Gobierno de la República enarbolan la visión del Presidente Peña Nieto, de un México de igualdad.

Y saludarlos a todos y a todas ustedes, que hoy están aquí reunidos en una misma convicción, no hay desarrollo sostenible, ni justicia, ni desarrollo social si no logramos la igualdad sustantiva entre hombres y mujeres.

El siglo XXI, estoy convencida, será el Siglo de las mujeres, lo será porque en este siglo confluyen distintos elementos que hacen que la igualdad sustantiva entre hombres y mujeres sea imparable, la historia nos demuestra que, si bien lentamente, gracias a la convicción y lucha decidida de mujeres de todo el mundo, ha habido un progreso constante en esta larga marcha de igualdad.

En 1916, en un ambiente todavía de lucha revolucionaria, se celebró aquí en este recinto el Primer Congreso Feminista de México, de la mano del movimiento constitucionalista, se veía en la ley el camino para la dignificación de los mexicanos. Los resultados de esta reunión se plasmaron de manera incipiente en la Constitución de 1917, primera Constitución social del mundo, e influyeron poderosamente en la redacción del Código Civil de 1928 que otorgó a la mujer libertad en su persona y bienes, y le reconoció derechos dentro de la familia.

A partir de entonces, hemos avanzado en la construcción de un sistema jurídico que hoy dota a México de instituciones, políticas pública, leyes, estrategias, acciones y programas cuyo objetivo central es avanzar en el empoderamiento y desarrollo de las mujeres.

Hemos logrado, también, progresar en la consolidación de una cultura donde la participación de las mujeres en la fuerza productiva y en los espacios de definición en todos los ámbitos, es el piso de una nueva normalidad. Nueva normalidad que seguimos construyendo y que, sin duda, aún presenta enormes retos.

Es la visión, entrega y compromiso de millones de mexicanas que durante décadas han dedicado su vida a la causa de la igualdad, a la dignificación de la mujer, a abrir espacios políticos y directivos, y que han luchado por reivindicar el derecho que tenemos de decidir sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas, lo que hoy nos permite estar aquí para reflexionar sobre los temas de la agenda y sus caminos en este nuevo siglo.

A todas ellas, mujeres valientes, y a los hombres que nos han acompañado en este andar de conquistas permanentes, mi mayor reconocimiento.

En este nuevo siglo, entonces, tenemos ya el inicio de un cambio de paradigma, cimentado en un bagaje jurídico que se combina con uno de los elementos más característicos del mundo, la revolución tecnológica.

Un rasco central de la experiencia humana es el deseo de otorgarle sentido al encuentro con la realidad, a través de la transmisión de ideas que recrean e interpretan el mundo.

Generar ideas se convierte así, en el principio del cambio social y político, transmitirlas en el paso certero que va de la reflexión a la acción individual y colectiva.

En el mundo del siglo XXI, gran parte de estos intercambios se originan y realizan a través de las tecnologías de la información y la comunicación y es a partir de su masificación que los cambios de paradigma e incluso los que tienen que ver con las dinámicas y estructuras de poder, hoy se puedan extender al mundo en días o en segundos, por eso debemos aprovechar esa revolución, la revolución tecnológica, para potenciar a las mujeres como agentes de cambio y acelerar su empoderamiento.

Oficialmente hoy, en el mundo hay más teléfonos móviles y tabletas que personas en todo el planeta. Solamente en México tenemos 108 millones. Eso significa que por primera vez en la historia cada vez más mujeres tenemos acceso a la misma información que los hombres, sin filtros, sin pasar por el prisma de la opinión o la censura de nuestros padres, hermanos o esposos, hoy todas podemos hacer nuestro el conocimiento y la información y asimilarlos para formar nuestro propio criterio, para echar a volar nuestra imaginación, para crear, innovar y producir.

Hoy, a un siglo de distancia del Congreso Feminista, cada vez más las mujeres nos servimos de las tecnologías de la información para participar en la vida de las comunidades, para promover el cambio social, para emprender, para ser activistas y líderes, y sobre todo para afirmarnos como generadoras de ideas que son el punto de partida para seguir construyendo el nuevo paradigma.

Gracias a las nuevas tecnologías, millones de mujeres en todo el mundo, han podido acceder a servicios bancarios, al pago de productos y servicios, al intercambio de ideas con otras mujeres para trabajar conjuntamente, no solo en la obtención de mayores espacios de participación política o de generación de riqueza, sino también en la construcción de mecanismos de alerta y defensa para prevenir y reducir la violencia de género.

El acceso a las tecnologías de la información, también nos permite conciliar de mejor manera nuestro potencial productivo con la vida personal y familiar.

En este marco, hablar de innovación resulta inevitable, la innovación es el motor del desarrollo, una cultura de la innovación contribuye a desarrollar economías dinámicas y resilientes, como ya lo he dicho antes, el recurso más desperdiciado en el mundo y en México es el potencial productivo, creativo, innovador y transformador de las mujeres. Generemos entonces, condiciones, que permitan a más mujeres ser parte de estos procesos y dinámicas innovadoras.

Hablar de innovación, es hablar necesariamente de economía del conocimiento, donde el saber, las capacidades y talento de todos los seres humanos encuentran conductos y cauces para transformar la calidad de vida de la comunidad.

Y en este sentido no puede haber desarrollo sostenible si no se libera y se potencia la capacidad de las niñas, las jóvenes y las mujeres.

Es necesario pues, que creemos las condiciones para que cada vez más niñas permanezcan en la escuela y vivan libres de violencia, cada vez más mujeres jóvenes concluyan estudios de nivel superior y opten por carreras vinculadas a la ciencia y la tecnología y para que cada vez más mujeres adultas tengan las herramientas para emprender negocios propios, sean motor de desarrollo y generadoras de riqueza.

De este modo, la batalla por la igualdad tiene un componente ético, uno pragmático y al final de cuentas uno de sentido común, es lo justo y nos conviene a todos.

Porque esa niña que no logro estudiar pudo ser la doctora que, de haberlo sido te hubiese cuidado, esa empresaria que no consiguió financiamiento para su proyecto, pudo haber sido quien te diera un empleo.

Hace cien años, una de las preguntas centrales del congreso celebrado en este recinto fue la siguiente: ¿Cuáles son las funciones públicas que puede y debe desempeñar la mujer, a fin de que no solamente sea un elemento dirigido sino también dirigente de la sociedad?

Desde entonces, millones de hombres y mujeres hemos trabajado incesantemente para dar la respuesta. Hoy podemos responder con claridad.

A principios del siglo XXI, las mujeres somos la vanguardia del cambio social, por ello, la visión del Presidente de la República es que hablemos de normalizar el papel de las mujeres.

Y hay que decir las cosas claras, no se trata de que la mujer y el hombre sean esencialmente distintos, y que ahora queramos nivelar artificialmente esa situación de diferencia. No, lo contrario es lo cierto; el hombre y la mujer somos iguales en capacidad, en talento, en dignidad y en derecho. Por eso hablo de una normalización. No es darles un trato especial a las mujeres sino corregir un error histórico.

Habrá ocasiones en que las acciones afirmativas sean necesarias para corregir estos desequilibrios estructurales constitucionales, pero al final el objetivo es lograr un cambio cultural, que llegue el momento cuando sea natural y a nadie sorprenda ver a mujeres en puestos de decisión. Mujeres fuertes, independientes, felices y plenas.

El objetivo es educar mujeres que no sientan culpa de tomar decisiones autónomas, por perseguir sus sueños, por ser arquitectas de su mundo.

En la convocatoria del Primer Congreso Feminista en 1916, hay una frase maravillosa que resume bien esta causa. “Es un error social educar a la mujer para una sociedad que ya no existe”, a lo que yo hoy, me permito agregar: “si, pero hay que terminar de construir la nueva sociedad”.

No eduquemos entonces para la igualdad, porque eso presupone diferencias que tienen en su origen una estigmatización, en cambio, debemos educar en la igualdad y desde la igualdad.

Hay que dar el siguiente paso, luchemos para abrir la siguiente etapa en que las mujeres tengan garantizado plenamente sus derechos y más que preocuparse por defenderlos se ocupen de ejercerlos, por el bien de sí mismas, por la sociedad en su conjunto, nos conviene a todos.

Estamos aquí reunidos y reunidas para debatir, para analizar entre generaciones, entre sectores, entre partidos, entre visiones sobre ¿cuál es el camino a seguir?

Estamos aquí para construir juntos la nueva sociedad de derechos, libertades y oportunidades para todas que queremos heredar a nuestros hijos.

En nombre del Presidente de México, sean todas y todos ustedes bienvenidos.