Subsecretario Carlos de Icaza: Buenas tardes a todos, compañeros, amigos, colegas.

El hombre es la medida de todas las cosas, pero a veces, como en esta ocasión, enfrentados a lo efímero del tránsito terrenal, cabe preguntarse ¿cuál es la medida del hombre? A lo largo de los siglos, el misterio del sentido de la vida ha tenido múltiples respuestas individuales y colectivas. Cada sociedad, cada cultura, cada hombre y cada mujer, ha buscado consciente o inconscientemente una respuesta al dilema vital.

Así, al evocar la memoria de nuestro amigo el Embajador Emérito José Salvador Gallástegui Contreras, pienso inmediatamente en recurrir a una respuesta poética, como dijo alguna vez Jean Antoine Petit-Senn: “La muerte nos despoja de nuestros bienes, pero nos viste con nuestras obras”.

Don José Gallástegui fue un hombre que dedicó la mayor parte de su vida a esta casa. En ella, se hizo funcionario ejemplar y consejero indispensable de los hombres insignes, que dieron lustre a la diplomacia mexicana de la segunda mitad del siglo XX. En esta casa, Pepe, como le decían sus jefes, amigos y colegas, brilló con un talento diplomático singular y un don de gentes inimitable. Hoy, nos toca recordar a uno de los protagonistas de las mejores épocas de nuestra política exterior. Justo es entonces, realizar este homenaje, como un reconocimiento colectivo a la pérdida que representa para el Servicio Exterior Mexicano, para esta Institución, la desaparición del Embajador Gallástegui, quién dejó una huella imborrable entre nosotros.

Don Pepe, fue ante todo un hombre comprometido con la causa de México. Sus orígenes nos revelan una familia mexicana educada en la cultura del esfuerzo y en los valores tradicionales de nuestra clase media citadina. Hijo de un eminente abogado, él y sus hermanos escogieron el camino del derecho para incorporarse desde muy jóvenes en la administración pública. En 1947 ingresa a esta casa como Oficial Sexto, porque no había Séptimo, y empieza a escalar los peldaños de la profesión que lo llevó a desempeñarse muy pronto como Secretario Particular del Canciller.

Eran otros tiempos y era otra Secretaría, en esencia la misma pero con menos recursos y personal que hoy en día. Los secretarios particulares de entonces, sin prejuzgar a los de ahora, eran una especie de hombres orquesta, verdaderos jefes de gabinete, que lo mismo atendían los menesteres del apoyo y la actividad secretarial, como las actividades que actualmente realizan los coordinadores de asesores. Las jornadas eran interminables y, en el caso de José Gallástegui, su actuación como secretario particular iba más allá de los temas propiamente de la política internacional.

Pepe, tenía una característica de personalidad que destacaba por encima de sus contemporáneos. Simpatía, carisma y sentido del humor inigualables, como no he visto a ninguna otra persona en esta casa. Con esa forma de ser vino al mundo. No había en él nada de artificial o de rebuscado. Pepe era genuinamente sencillo y con una chispa rápida y contagiosa. A todo mundo le caía bien. Era como era, y lo era de una manera natural, incapaz de actitudes solemnes o arrogantes, juntaba a su encanto la facultad maravillosa de la pasión por la música y una voz de tenor entonada, seductora y muy mexicana.

Junto a la entrega al trabajo, y la disciplina que exigía su función, estaba presente ese don de gentes. A Pepe le gustaba la gente. Se comunicaba con propios y extraños de una manera muy suelta y fácil. Cumplía su personalidad con una cualidad indispensable del oficio diplomático: la capacidad de relacionarse con los demás, de comunicar, de agradar y sobre todo de convencer. Más de una vez, vi salir a un diplomático de su despacho y me preguntaba; “Bueno, ¿y cómo le hizo Don Pepe para convencerlo? Y además, sale muy sonriente”. Y el comunicado que traía decía otra cosa.

La diplomacia es en esencia una tarea de relaciones públicas. Y en esta, Gallástegui todo un maestro. Comprendía también de una manera muy intuitiva que la política exterior es un reflejo, una prolongación de la interna.

Este largo prolegómeno sobre su modo de ser, explica en buena medida el éxito temprano de su carrera. Su jefe entonces, Don Manuel Tello padre, apreciaba en su secretario particular una fina sensibilidad para la política nacional. Era bien sabido que el joven Gallástegui con frecuencia era invitado a Los Pinos, ya que de vez en cuando el Presidente López Mateos le pedía que amenizara alguna reunión, interpretando canciones de la música mexicana. Así, Don Manuel tenía en su secretario particular, a un colaborador que siempre estaba al día en los detalles de la política del momento.

No es de sorprender que a lo largo de 18 años, Gallástegui se desempeñara sucesivamente como Secretario Particular del Canciller, Oficial Mayor y Subsecretario. Fue uno de los Embajadores más jóvenes que tuvo el Servicio Exterior en una época en que no se acostumbraba que fueran tan jóvenes.

Cabe mencionar que como Oficial Mayor le correspondió supervisar nada menos que la construcción de la Torre de Tlatelolco que albergó a la Secretaria durante muchos años. Como Subsecretario de Relaciones Exteriores desempeño un papel importante en la política exterior. A esta trayectoria, cabe agregar que luego fue asesor de varios cancilleres y que su acervo de relaciones públicas lo llevó a ejercer por largos años una vicepresidencia de Televisa. Encargada, desde luego, de relaciones públicas y de relaciones con el gobierno.

Durante casi cinco años trabajé a sus órdenes, cuando fue Subsecretario de Relaciones Exteriores. Me consta, por tanto, que además Gallástegui supo formar a muchos diplomáticos mexicanos. Tuve la fortuna de acompañarle en algunas de sus misiones diplomáticas en el extranjero. Admiré su capacidad de interactuar con Jefes de Estado, cancilleres, diplomáticos, porteros, abarroteros, taqueros y toda clase de personalidades, artistas, intelectuales.

Recuerdo especialmente como armó y colaboró eficazmente con el Canciller Rabasa en la gira tricontinental del Presidente Echeverría, que fue probablemente el viaje presidencial más largo de nuestra historia, 45 días. Bajo su liderazgo, recuerdo que Manuel Tello Macías, Raúl Valdés, Jesús Cabrera Muñoz Ledo, Ignacio Villaseñor y yo mismo, negociamos incontables acuerdos, tratados y comunicados conjuntos. Todo eso sin saber lo que era una computadora, un procesador de palabras pero teníamos siempre los buenos consejos y la guía de Pepe.

Hay otra faceta de Don Pepe que no puedo dejar de mencionar. Era un hombre que adoraba a su familia. He sido testigo del amor entrañable a sus seis hijos y a sus nietos. Testigo también de su generosidad con sus amigos y su largueza como anfitrión. Por su casa de San Angel desfiló el quién es quién de toda una generación de políticos, intelectuales, artistas, líderes de opinión, líderes sociales de nuestro México. Con ellos se mezclaban diplomáticos de todo el mundo. Lo mismo había un Embajador que Chabuca Granda, que Guadalupe Trigo, que Lucha Rapica. Sus tertulias eran inolvidables. Lo vi cantar y tocar la guitarra con un arte muy singular. A veces lo acompañaba su hija Chachis aquí presente. Aunque no siempre terminaba sus canciones, como nos recordó Rosario Green, y solía olvidar parte de las letras. Siempre pensé que lo hacía a propósito porque intercalaba alguna broma y nos acababa seduciendo a todos.

Todos pertenecemos a una generación, a grupos profesionales, a círculos sociales. Somos en mucho quienes nos acompañan en la vida. Fue Gallástegui una persona sociable, popular, tuvo numerosos amigos en círculos y medios, pero fue en Relaciones Exteriores, en esta casa, donde forjó sus amistades más sólidas y duraderas. Mención especial y destacada merece la Embajadora Eminente Aída González Martínez, su compañera durante más de medio siglo, y quien con admirable devoción lo acompañó hasta el último día, y lo cuidó durante su larga y difícil agonía. Don Pepe tenía una gran admiración y una lealtad a toda prueba por sus mentores: Manuel Tello padre, José Gorostiza, Vicente Sánchez Gavito y Antonio Carrillo Flores. Afecto especial le merecieron sus compañeros y contemporáneos de la carrera, Joaquín Bernal, Raúl Valenzuela, Antonio González de León, Alfonso Herrera Salcedo, José Caballero, Armando Cantú y varios más. Forjó alianzas y mantuvo apoyos recíprocos con Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa y Alfonso de Rosenzweig Díaz. Mantuvo una entrañable amistad con Don Alfonso García Robles.

Mención especial merecen sus amigos de toda la vida, Manuel Tello Macías y Antonio de Icaza. La lista de sus relaciones y amigos terminable, y corro el riesgo de dejar algunos sin mencionar, por lo que ofrezco mis sinceras disculpas de antemano. Desde luego debo de agregar a la lista a Octavio Paz, Carlos Fuentes, Rodolfo Echeverría, Rosario Green, Sergio González Gálvez, Raúl Valdés y tantos otros. Dejo fuera de manera intencional  a mis contemporáneos, los de mi  propia generación y a otros más porque sino la lista sería interminable.

El Embajador Emérito José Gallástegui, ha quedado, como dijo el poeta, despojado de sus bienes terrenales, pero presente entre nosotros por la trascendencia de sus obras. Su legado diplomático, imbuido de patriotismo, y caracterizado por la capacidad de buscar soluciones, limar asperezas, forjar amistades en todo el orbe, sin jactancias ni protagonismos, constituye un ejemplo para todos los que trabajamos en esta institución al servicio de México.

Permítanme dar una palabra final, en nombre del Canciller José Antonio Meade Kuribreña, quien tuvo que partir a última hora a una reunión con el Señor Presidente de la República. Y quiero decir a nombre de él lo siguiente a sus familiares, a sus deudos, a sus amigos, a mis colegas:

La de José Gallástegui fue una vida bien vivida. El tránsito de un hombre leal y generoso, que dejó huella y cumplió su deber con una política de Estado a la que entregó su talento, su energía y su vida. Una vida bien empleada al servicio de México. Hoy, la República lo reconoce en este duelo oficial y expresa sus profundas condolencias a sus familiares y deudos.

Ruego ahora a todos ustedes que me acompañen en un minuto de silencio.