Por: Claudia Ruiz Massieu

Quiero también agradecer a la delegación mexicana que nos acompaña. Gracias por su apoyo permanente, tanto aquí como en casa.

Me siento particularmente honrada de compartir este foro con dos mujeres distinguidas, inteligentes y fuertes: la Asesora de Seguridad Nacional, Susan Rice, y la Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini.

Susan, Federica: Ustedes son verdaderas líderes globales. Su trabajo es ampliamente reconocido; ustedes son la prueba fehaciente de cómo los países y las sociedades se fortalecen cuando las mujeres se empoderan, cuando tienen acceso a posiciones de influencia y decisión.

Hace sólo unos meses, nos reunimos en la Ciudad de México para celebrar la primera década del Instituto Belfer; y hoy nos volvemos a encontrar aquí, entre buenos amigos con los que compartimos valores e intereses.

Permítanme decirles: la amistad es un regalo que no se puede prometer con palabras, sino que se demuestra con hechos.

Por ello, me siento orgullosa de decir que los pueblos mexicano y judío han forjado una amistad duradera, basada en la solidaridad mutua en épocas de prosperidad, pero sobre todo durante momentos difíciles.

Entre 1939 y 1942, Gilberto Bosques, nuestro Cónsul en París, fue uno de los pocos diplomáticos que, enfrentando enormes riesgos personales, albergó y emitió visas humanitarias a cientos de judíos buscados por la Gestapo, pero que gracias a sus esfuerzos encontraron un refugio seguro en México, y se convirtieron en parte de nuestra familia nacional.

Sin embargo, nuestra historia comienza mucho antes, pues los primeros judíos llegaron a México en 1519, con los españoles, huyendo de la persecución que enfrentaban en otras latitudes.

Desde entonces, y sobre todo durante los siglos XIX y XX, diferentes oleadas de inmigrantes judíos han enriquecido el paisaje multicultural de México.

Y déjenme decirles que esta no ha sido una excepción. Cientos de chilenos, argentinos y nacionales de otros países de América del Sur encontraron refugio en nuestro país, cuando las juntas militares gobernaban en muchas capitales de la región. México también recibió a miles de españoles que huían del régimen fascista de Francisco Franco.

Esta tradición de puertas abiertas es algo que tenemos en común con Estado Unidos.

En el siglo XX, miles de personas de diferentes nacionalidades: japoneses, armenios, libaneses, chinos, y muchas otras comunidades, llegaron a los puertos mexicanos, al igual que arribaban a Ellis Island en el siglo XIX, buscando una tierra de paz, donde pudieran prosperar junto con sus familias.

Esta tradición fue cimentando una solidaridad duradera, como quedó demostrado en 1985, cuando el terremoto más terrible en nuestra historia nacional sacudió la Ciudad de México.

En esos días de dolor, muchas vidas fueron salvadas gracias a que amigos y aliados de todo el mundo, como Israel, no dudaron en enviar misiones y ayuda humanitaria de manera inmediata y generosa.

Estos ejemplos de solidaridad mutua no son meras anécdotas: son sólo el prólogo que nos sirve para construir, juntos, un futuro mejor.

Y parte de este futuro compartido se está construyendo aquí en Estados Unidos, que es hogar tanto de la mayor diáspora mexicana como judía en el mundo.

Estados Unidos es «la tierra de los libres y el hogar de los valientes»; pero también es la tierra de los pioneros y el hogar de los inmigrantes.

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Al igual que pasa con todos los vecinos, México y Estados Unidos hemos tenido que aprender a trabajar juntos, a entendernos mutuamente y a respetarnos uno a otro.

Es un viaje permanente que a menudo plantea desafíos, pero también uno en el que nuestros valores comunes e intereses compartidos nos han dado la fuerza para seguir adelante, para superar el miedo y la sospecha.

En el siglo XIX la relación con nuestro vecino del norte estaba tan llena de escepticismo que alguien acuñó la frase: «Oh México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos». Por cierto, un amigo judío me dijo una vez que él lo expresaría de forma diferente: “«oh Israel, tan cerca de Dios, pero tan lejos de los Estados Unidos».

Bueno, esos días se ven tan lejanos que ahora podemos incluso darnos el lujo de bromear al respecto. Hoy en día el escenario es el contrario: nuestra frontera con EE.UU. es una fuente de prosperidad y de oportunidades para ambos países.

Cuando vemos las cifras, se llega a una conclusión que no se escucha mucho en estos días.

Por lo tanto, la voy a decir aquí, fuerte y claro, porque es importante: Estados Unidos se beneficia, enormemente, de la relación económica con México; y el pueblo estadounidense se beneficia, inmensamente, de la presencia de los mexicanos en este país. Esto es natural, porque somos aliados y amigos.

 

 

 

Vivimos en un mundo en el que ningún país puede, por sí solo, enfrentar los grandes retos económicos del siglo XXI. La competencia es feroz, por lo que la región que demuestre ser más competitiva, negociará más bienes y exportará más servicios, y será la que atraiga más inversión y cree más empleos. 

Esta es la razón por la que estamos convencidos de que una de las mejores formas para que Estados Unidos mantenga e incremente su competitividad global es consolidar y expandir el comercio, la inversión, la cooperación y las cadenas integradas de valor con México.

La red mexicana de 12 Tratados de Libre Comercio con 46 países significa que, las compañías estadounidenses que manufacturan en México, tienen acceso preferencial a un mercado que representa el 60 por ciento del comercio mundial.

En años recientes, debido a un incremento en la productividad, los costos de manufactura en México se han hecho más competitivos que los de China.

La realidad concreta es que hoy más de 6 millones de empleos estadounidenses dependen de la relación comercial con México. Esto representa un número mayor a toda la población de Noruega.

Así que permítanme desmentir uno de los más grandes mitos: México no roba empleos a Estados Unidos. Por el contrario, México es vital para millones de mujeres y hombres estadounidenses que proveen a sus familias en este lado de la frontera.

Mientras que las cadenas de producción se continúan integrando, estamos siendo testigos del surgimiento de un nuevo paradigma: México y Estados Unidos no sólo comercian entre ellos, sino que construyen cosas juntos: desde automóviles, que cruzan ocho veces nuestra frontera en el proceso de producción, hasta teléfonos inteligentes y computadoras; desde cerveza hasta lo último en learjets

De hecho, quien compra productos mexicanos está ayudando a la economía estadounidense, pues, en promedio, 40 por ciento del contenido de las exportaciones mexicanas fue hecho en Estados Unidos. Así es: 40 centavos de cada dólar que un estadounidense gasta en productos mexicanos apoya el empleo aquí mismo en Estados Unidos.

Y cada vez verán más productos mexicanos en sus tiendas locales: para 2018, Estados Unidos importará más de México que de cualquier otro país, de forma que la leyenda “Hecho en México” pronto estará más presente que la de “Made in China”.

Esto es extraordinario pero no sorprendente, si consideran que cada minuto de cada hora, de cada día, México y Estados Unidos comercian más de un millón de dólares. Para darles una idea de la importancia de nuestra relación económica, en 2014 alcanzamos un récord histórico de 534 mil millones de dólares. Esto significa que México exporta 3.1 veces más a Estados Unidos que Brasil, Rusia, India y Sudáfrica en conjunto.

La economía estadounidense también se beneficia de nuestro ya vasto y creciente mercado interno. Hoy 39% de la población mexicana está integrado por clase media; esto representa cerca de 44 millones de personas, lo cual es mayor a la población total de Canadá. 

Y créanme, esto es bueno para Estados Unidos, porque sus exportaciones a México son mayores que las que hace a China y Japón, combinadas.

México también trae prosperidad a esta gran nación mediante nuestras inversiones. Hoy, la inversión mexicana en Estados Unidos equivale a 17.6 mil millones de dólares, y ha crecido más de 35 por ciento en los últimos cinco años.

Así que, definitivamente, no somos el problema, somos parte de la solución.

La presencia de inversiones, productos y servicios mexicanos es mayor de lo que muchas personas se imaginan; está presente en todos los estados y abarca múltiples sectores. Por ejemplo, sé que todos ustedes esperarían que Mission Foods de México fuera el mayor productor de tortilla, como en efecto lo es. Pero la hamburguesa que regularmente comen también podría ser más mexicana de lo que se imaginan.

Estados Unidos es el principal destino para la comida mexicana, un mercado anual de seis mil millones de dólares. Desde la fase uno en la que se inicia la cría del ganado hasta que la carne de res llega a su mesa, cruza nuestra frontera entre 4 y 5 veces.

De forma que, muy probablemente, han estado comiendo productos de SuKarne, una transnacional mexicana que está entre los principales proveedores cárnicos en Estados Unidos.

Ahora, tomemos los bollos, los cuales bien podrían estar hechos por Bimbo, la panificadora más grande en todo el continente. Agreguemos el jitomate, muy probablemente mexicano, pues somos el segundo exportador mundial de este producto.

¡No olviden el aguacate! Y adivinen qué. Así es: somos el primer exportador a nivel mundial. Y por cierto, se estima que 139 millones de libras de aguacate, esto es, 278 millones de piezas, fueron consumidos durante el domingo del Súper Tazón… 13 por ciento más que en 2015.

Ahora, relájense y lean el New York Times, o vayan de compras a Saks Fifth Avenue, ambas icónicas compañías de Estados Unidos, y fuertemente respaldadas por inversiones mexicanas.

Y por favor no se sorprendan si sus oficinas o casas están construidas con productos mexicanos, porque Cemex es el principal fabricante de cemento y concreto de Norteamérica.

De hecho, el cemento mexicano está ayudando a construir dos de los más innovadores rascacielos en Estados Unidos: la Salesforce Tower, que se convertirá en el edificio más alto de San Francisco, y la Torre Panorama en Miami, que será la estructura residencial más alta en la costa Este, fuera de la ciudad de Nueva York.

 

 

 

México además se encuentra en el top ten de la industria a nivel mundial en sectores como: el automovilístico, electrónico, manufactura de precisión, telecomunicaciones, aeroespacial, alimentos, productos químicos, energía renovable, dispositivos médicos, componentes metálicos, productos farmacéuticos y plásticos.

A estas alturas, por favor denme unos segundos para recuperar el aliento, porque como pueden ver, las contribuciones de México al mundo y a los Estados Unidos en particular no son enormes: ¡son de dimensiones talmúdicas!

Pero lo más importante, y para pesar de los que  buscan medrar con la desinformación y el miedo, a fin de obtener beneficios políticos, la realidad es que el pueblo mexicano es y ha sido siempre una presencia positiva y una fuerza para el bien de Estados Unidos. Esto no es una opinión: Es un hecho.

La población de origen mexicano en Estados Unidos, que es de aproximadamente 35.5 millones, genera el 8 por ciento del PIB, y los migrantes de origen mexicano poseen 570 mil empresas: una de cada 25 en este país.

La relación México – Estados Unidos es fuerte debido a que es el producto de su gente. Nuestra zona fronteriza, de 2 mil millas, es el hogar de una comunidad binacional de más de 14 millones de personas en 10 estados.

Contrario a lo que ha sido repetido de manera irresponsable últimamente, los migrantes contribuyen a este país con su trabajo honesto y duro. Ganan alrededor de 240 mil millones de dólares al año; pagan 90 mil millones en impuestos; y utilizan únicamente alrededor de 5 mil millones en servicios públicos y prestaciones.

Los datos indican que cada vez  hay menos, no más mexicanos que emigran a EE.UU. Tan sólo en 2012, la tasa de migración entre nuestros dos países alcanzó un equilibrio de cero, y está empezando a ser decreciente.

Y muchos de los migrantes mexicanos que aún llegan a Estados Unidos cuentan cada vez con más educación y están mejor calificados.

Así, el futuro y la viabilidad de Estados Unidos como una potencia económica dominante en el siglo XXI está  directamente relacionada con el éxito de su población migrante.

Debido a todas estas razones, y más, la alianza de México y Estados Unidos es inamovible. Tiene raíces profundas y robustas; es lo suficientemente madura para soportar cualquier coyuntura política, y va mucho más allá de este proceso electoral sin precedentes.

Sin embargo, no podemos tomar este desafío a nuestro futuro compartido y valores comunes a la ligera. Porque el problema no es uno de fronteras cerradas, sino uno de mentes estrechas.

Por ello, seguiremos trabajando juntos, proporcionando los datos, hechos concretos y la información objetiva que nos ayuden a seguir cimentando una  relación duradera, provechosa para ambos países, fundada en confianza y respeto mutuos.

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Damas y caballeros:

En su magnífica autobiografía, Una historia de amor y oscuridad, Amos Oz nos narra cómo, cuando su padre era un niño en Polonia, las calles de Europa estaban cubiertas con grafiti: «Judíos, vuelvan a casa».

Hoy, en el siglo XXI, aquí en Estados Unidos un clima de intolerancia está enviando un mensaje similar: «Mexicanos, vuelvan a casa».

Y en muchas otras partes del mundo, incluyendo el mundo occidental, estamos siendo testigos de las mismas tendencias: «Migrantes, vuelvan a casa».

El contexto es sin duda diferente, pero en su centro se encuentra el mismo razonamiento preocupante, las mismas mentiras, el mismo hedor punzante de  intolerancia ¡Menospreciar a aquellos que son diferentes! ¡Culpar a las minorías! ¡Demonizar al extraño! Bueno, déjenme decirles quienes son esos “extraños”.

Igual que los judíos estadounidenses, los mexicano-estadounidenses y los migrantes mexicanos son los que aran la tierra y se aseguran de que haya comida en nuestras mesas. Son médicos, académicos, agricultores, empresarios, policías, ganadores del Oscar, atletas, y también son soldados que van a combatir en el extranjero, para garantizar que la libertad se encuentre sana y salva en casa.

Aquellos que buscan sacar provecho político al estigmatizar a estas personas, ya sean mexicanos, judíos, musulmanes, personas de color, o asiáticos están equivocados.

 

 

Porque este país fue fundado sobre el principio, la verdad evidente de que todos los hombres y mujeres están dotados con los mismos derechos inalienables: la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

¿Y saben?, esta idea de que todos somos iguales en dignidad es uno de los más importantes conceptos judíos.

Esa idea, que hoy suena como sentido común, fue revolucionaria hace 3 mil años, cuando se convirtió en fundamento esencial de la ética judía. Primero de manera religiosa y posteriormente de forma secular, se extendió por todo el mundo, y es hoy la piedra angular de lo que entendemos colectivamente como civilización.

Sin embargo, en muchas partes del mundo parece que hay personas dispuestas a olvidar las lecciones de la historia.

Las agresiones contra las minorías ocurren en todo el mundo de manera cotidiana, y los estereotipos están muy extendidos, incluso en las sociedades más avanzadas.

Vivimos una época que nos exige no bajar la guardia y cerrar filas. “Solidaridad Global” es la idea clave de nuestros tiempos.

 

Y este es  precisamente uno de los pilares de la visión de Estado que ha enunciado el Presidente Enrique Peña Nieto: seguir haciendo de México un actor con responsabilidad global, que contribuya a avanzar las más nobles causas de la humanidad.

Porque si la historia nos ha enseñado algo, es que cuando se permite la discriminación contra un grupo, sólo es cuestión de tiempo antes de que ésta alcance a otros. La pasividad envalentona a los intolerantes, y la intolerancia florece en medio del silencio.

Por eso debemos de ser fuertes y enérgicos, y no tener miedo. Debemos de levantarnos para dejar las cosas en claro.

La historia también nos ha enseñado que cada vez que somos capaces de unir  nuestra voluntad, nuestras voces y nuestras acciones, los pocos que promueven la ignorancia, el prejuicio y el miedo no ha podido contra los muchos que defienden la justicia, la libertad y la esperanza.

Los mexicanos y los judíos participamos de esta herencia en común. Son nuestros valores compartidos los que nos unen: el respeto a la  pluralidad, la diversidad, la libertad y la tolerancia.

 

Como sociedades, también compartimos muchos rasgos: ambas atesoramos la importancia de la familia, y el papel de las madres y las mujeres en nuestra comunidad; somos países multiculturales y multiétnicos, con economías liberales y democracias vibrantes.

De ahí que no sea sorpresa que la comunidad judía mexicana, la tercera más grande de América Latina, no sólo se sienta como en casa en México, sino que ha hecho a México su casa. 

Los judíos mexicanos han prosperado con éxito y han contribuido a nuestro desarrollo nacional: en la ciencia, los negocios, la filantropía, las artes, el servicio público, la academia, y en prácticamente todos los campos, México se beneficia y fortalece gracias a su comunidad judía.

Y déjenme decirlo  fuerte y claro: combatir el anti-semitismo, al igual que confrontar sentimientos anti-mexicanos, no es un asunto exclusivamente judío, ni un asunto mexicano.

Es una batalla común por los derechos humanos; es un asunto de dignidad universal que va más allá de raza, religión, ideologías, y que está por encima de la política. 

Y esta convicción ¡simplemente no es negociable!

Es por ello que quiero reconocer públicamente al American Jewish Committee; porque, con fuerza y sin reservas, ha levantado su voz en favor de los derechos y la dignidad humana.

Han traducido las palabras en acciones, y su visión y trabajo han trascendido fronteras raciales, nacionales y religiosas.

Especialmente, deseo reconocer su férrea defensa de los inmigrantes en Estados Unidos. Al hacerlo, han inspirado a otros a abandonar la apatía, perder el miedo y seguir su ejemplo.

Y esto también ha estado en el centro de las tradiciones y la ética judías, desde que se escribió: «debes amar a los extranjeros, porque alguna vez tú también fuiste extraño en tierras extranjeras».

Por años, el Instituto Belfer del AJC ha cooperado con México mediante el intercambio de experiencias en materia de liderazgo y  organización comunitaria entre autoridades y activistas de las comunidades mexicana, judía y mexicano-estadounidense. Hemos aprendido mucho de ustedes sobre cómo empoderarnos.

Estamos agradecidos por su apoyo, y quiero decirles que también estamos listos para llevar nuestra cooperación al siguiente nivel.

 

Por eso hoy, la red entera de consulados mexicanos en Estados Unidos —que es la más grande que cualquier país tenga en otro—, se da cita aquí, junto con docenas de líderes de la comunidad Mexico-estadounidense, que vienen de todos los estados de este gran país.

Sólo una organización del calibre del AJC podría haber logrado esta impresionante convocatoria.

Señoras y señores:

El historiador británico Paul Johnson escribió que «ningún pueblo ha insistido más firmemente  que los judíos en que la historia tiene un propósito, y la humanidad un destino».

Hoy tenemos la oportunidad de ser los diseñadores de este propósito, y  los arquitectos de ese destino.

Como dije al principio, esta es la tierra de los pioneros, y por definición, los pioneros no conciben fronteras, al contrario: las empujan y ensanchan.

Esta es la esencia, el DNA de esta nación: desafiar fronteras, ya sean físicas intelectuales de raza, o credo.

 

Compartimos aspiraciones y defendemos valores comunes.

No tengo duda de que, trabajando juntos, el futuro que heredemos a nuestros hijos será uno en el que:

La esperanza prevalecerá sobre el miedo;

La razón sobre la ignorancia;

La libertad y la dignidad sobre la discriminación y el fanatismo.

 

Muchas gracias.

 

Consulta la versión en inglés del discurso aquí.