Ciudad de México, 24 de febrero de 2015. 


Señor presidente del Colegio Nacional:

Señor rector de la Universidad Nacional Autónoma de México:

Señoras y señores integrantes de esta institución:

Distinguidos invitados:

 

Los seres humanos hemos encontrado la plena expresión de nuestra esencia en el afán incansable de la indagación.

Cada pensador y cada obra, son parte de ese flujo que, en su permanencia, recrea el movimiento inalterable que lo mantiene vivo.

 

Citando a nuestro homenajeado: “Desde Sócrates hasta Wittgenstein, el filósofo se ha adjudicado la tarea de poner en cuestión todo supuesto, toda opinión aceptada sin discusión, toda convención compartida”.

El torrente intelectual que constituye la filosofía impone la necesidad de una reflexión que evada la complacencia y, especialmente, haga de la confrontación su razón de ser.

Debatir, entonces, es hacer honor al auténtico espíritu que da origen a esta disciplina.

Rendir homenaje a don Luis Villoro es evocar al brillante alumno de José Gaos; al incansable defensor de una democracia participativa; al pensador comprometido con la causa de nuestros indígenas; en suma, al maestro congruente y decidido a esclarecer nuestra circunstancia.

El concepto y la vivencia de la otredad fueron, para el autor de Los Grandes Momentos del Indigenismo, motivos constantes de búsqueda.

Al llegar a México, siendo muy joven, visitó la hacienda de su familia en San Luis Potosí. Ahí lo recibió una hilera de ancianos campesinos, que se apresuraron a besarle la mano.

Como él mismo dijo en repetidas ocasiones, aquel episodio marcó su vida y sus intereses en forma definitiva. Desde entonces, la injusticia despertó en él una honda indignación, y desarrolló un respeto y una sensibilidad prodigiosos frente a la causa de los más desfavorecidos.

Para Villoro, el individualismo no es fuente última de sentido. El ser humano sólo logra significación plena cuando entiende que es parte de un todo que lo antecede y que lo trasciende.

La identidad personal encuentra su mejor expresión en el reconocimiento al otro, más aún, cuando se funda en el acuerdo y en la colaboración, y no en la llana tolerancia.

La educación es la herramienta privilegiada para que esta imagen no sea sólo una utopía, pues con ella formamos individuos plenos y contribuimos al bienestar colectivo.

El conocimiento, recordaba don Luis, “no es un fin en sí mismo. Responde a la necesidad de hacer eficaz nuestra acción en el mundo y darle un sentido”. La enseñanza de calidad con equidad en la que ahora estamos empeñados es la única manera de hacer honor a esta sentencia.

Una formación sólo está completa si propicia, como expresó Kant, que los individuos se atrevan a pensar por sí mismos de forma independiente y crítica.

Por esa razón, el nuevo modelo educativo que hoy diseña la SEP reforzará el ejercicio de la filosofía en las aulas de educación media superior de nuestro país.

Debo decirles que esta materia había desaparecido en todos los tecnológicos de Educación Media, y hace un año la restablecimos, por considerar fundamental para la formación de los alumnos el adquirir los conocimientos de esta disciplina.

Pero de poco sirven los planes de estudio si no se sustentan en docentes preparados, que asuman la misión esencial de avivar el pensamiento autónomo de sus alumnos.

Hoy, justo cuando homenajeamos a un maestro, resulta más pertinente destacar que son ellos quienes están llamados a despertar en los estudiantes la curiosidad y la creatividad necesarias para entender el mundo, pero sobre todo, como dijo Marx, para transformarlo.

Para el desarrollo integral de México, la filosofía nos exige tener claro lo que nos acerca y lo que nos hace únicos: nuestro destino compartido. Sólo así avanzaremos hacia el anhelo de una sociedad más justa y más fraterna.

Es imprescindible fomentar la unidad en la diversidad. Abrazar la irreductible dignidad de cada persona y de cada cultura y, de esta forma, reconocernos a nosotros mismos en todos aquellos que nos rodean.

Para mí es un honor asistir hoy al Colegio Nacional, y participar en este encuentro que confirma, una vez más, que desde su origen, esta institución ha estado comprometida con poner al conocimiento al servicio de la libertad.

Luis Villoro, quien se mantuvo firme en sus convicciones y buscó que sus cavilaciones trascendieran los libros y las aulas, escribió, “el pensamiento filosófico invita a elegir una forma de vida; la práctica de esa vida corrobora el pensamiento”.

Las páginas de sus libros nos confrontan aún, con plena vigencia, pues siguen hoy hablándonos del México siempre contemporáneo.

Celebramos a uno de nuestros pensadores más originales y prolíficos, pero lo celebramos como el “pensador intempestivo” que Nietzsche definió como el que, al servicio de la reflexión, trasciende a su propio tiempo.