Ciudad de México, 19 de febrero de 2015.

Señor presidente de los Estados Unidos Mexicanos:

 

Señores presidentes de las mesas directivas de las cámaras de Diputados y de Senadores del Congreso de la Unión:

Señor presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación:

Señores secretarios de la Defensa Nacional y de Marina:

Señor jefe de Gobierno del Distrito Federal:

Distinguidos invitados:

Representantes de los medios de comunicación:

 

La identidad de México se revela en su fascinante travesía como nación. En el presente y el futuro de las personas e instituciones contemplamos, como dijo Ficino, que la historia es el espejo donde se refleja el rostro del hombre.

Hace más de cien años, el Porfiriato, epílogo doloroso de la sociedad mexicana del siglo XIX, había provocado un estado, que orilló a miles a aventurar su propia vida, con el fin de destruir el orden que los destruía.

Francisco I. Madero inició la lucha bajo el signo inspirador del respeto absoluto a la libertad.

No obstante, sus convicciones no fueron suficientes para superar los obstáculos que la reconstrucción entrañaba y, por ello, sucumbió ante Victoriano Huerta, quien desde la plena libertad que Madero defendía, atentó contra ella, bajo el pretexto de progreso, otra vez, del orden y el progreso.

La indignación que levantó el asesinato del presidente hizo eco en diversas regiones de nuestra geografía. El 19 de febrero de 1913, el Congreso del estado de Coahuila desconoció a Huerta y facultó al gobernador Venustiano Carranza para formar una milicia que defendiera el nuevo proyecto de país.

Comenzaba así la ejemplar y luminosa historia de nuestras Fuerzas Armadas. El general Felipe Ángeles, de irreprochable compromiso patriótico, sentenciaba a sus hombres: “Si están orgullosos de pertenecer al Ejército, es porque el Ejército es hijo del pueblo y la encarnación de las glorias patrias”.

En esas primeras tropas militaron, además de la congruencia ética de Ángeles, la agudeza de Salvador Alvarado, la fidelidad de Jacinto Treviño, la determinación de Federico Cervantes, la valentía de Francisco Urquizo y Vito Alessio Robles, así como el incomparable genio de Álvaro Obregón.

Dieciocho meses median entre la Ciudadela y Teoloyucan. Dieciocho meses para que las fuerzas del usurpador se rindieran y fueran disueltas, bajo la convicción de los constitucionalistas. Dieciocho meses de tránsito del pacto de los traidores al acuerdo de los leales; de la asonada de los que pegan escondiendo sus verdaderas intenciones, a la victoria de los que miran y pelean de frente.

La Revolución nos legó tres pilares fundamentales: una constitución, plan maestro de la nacionalidad; un estado de derecho en el que el poder público está sujeto a la ley; y un Ejército leal que salvaguarda la soberanía y protege a su pueblo.

El monumento que hoy se inaugura, ordenado por el presidente Enrique Peña, celebra el centenario de la institución que nos invita a defender lo propio, lo que nos es común, como herencia del futuro e inspiración del ayer.

Nuestros militares arriesgan valerosamente su vida, sabiendo que preservar la integridad de los mexicanos es condición para el goce irrestricto de los derechos y libertades que como país hemos alcanzado.

Las manos de los soldados no sólo empuñan con gallardía sus armas, sino que también se extienden siempre generosas para auxiliar, sin importar distancias o condiciones, a quienes más lo necesitan 

Ahí está, como prueba de su hondo compromiso humano, la labor de prestar a sus hermanos todo tipo de servicios, que las circunstancias de emergencia demandan.

En suma, la vocación militar es grande, tan grande, que está en su esencia la búsqueda de la paz y la cristalización de la libertad y la justicia social.

Por eso, no hay palabras suficientes para reconocer el heroísmo de quienes hacen posible las aspiraciones de un pueblo.

Este día, buscamos traducir lo inasible y, a través de este monumento procurar una experiencia estética que transmita la grandeza de quienes han consagrado su existencia a la patria.

Los valores que incorpora este memorial son los mismos que han dado vida al ejército por más de un siglo:

  • La lealtad, el compromiso firme y permanente con nuestras instituciones y con México en su conjunto. 
  • La valentía, fuerza y determinación con las que se afronta cualquier desafío, haciendo uso de sus habilidades y confiando en la altura de las convicciones.
  • El honor, la virtud de actuar intachablemente y constituirse así en ejemplo para una sociedad con valores.
  • La disciplina, el apego a las reglas para alcanzar el perfeccionamiento y la autorrealización,  
  • El amor a la patria, que da sentido a sus esfuerzos y los hace solidarios con las causas colectivas. 

Tal y como apuntó el filósofo militar Von Clausewitz, la educación es el vehículo para unificar las mejores virtudes del cuerpo y de la mente; es el entrenamiento de los sentidos, el desarrollo de las destrezas físicas y la oportunidad de abrigar un código de valores cívicos.

Saber ser y saber hacer, condiciones indispensables para que todo individuo pueda aspirar a la plenitud de sus capacidades, encuentran en la educación de calidad con equidad, su mejor síntesis.

Señor presidente de la República:

Desde el inicio de su administración, usted ha honrado el largo proceso de nuestro pueblo en busca de la libertad, la prosperidad y la justicia.

La transformación integral que ha iniciado moviendo a México, tiene un poderoso aliado en sus fuerzas armadas.

El ejército ha hecho más que proteger los principios de nuestra nación: los ha encarnado en cada una de sus altas misiones. Su entrega, su rectitud y su lealtad, nos dignifican y nos llenan de orgullo.

Estoy seguro de que al contemplar la sobriedad de esta obra, las generaciones venideras sentirán, como hoy nosotros, admiración y gratitud ante el legado de la institución que distinguimos.

La historia ha demostrado que, cuando las convicciones de un pueblo se materializan en la valentía de su ejército, nada es imposible.

Celebrarlo es preservar nuestra unidad. Es mostrar lo que somos y, todavía más, mostrar lo que podemos ser.

Este monumento evoca miles de hazañas y miles de textos. En él, aunque no esté escrito podemos leer, aunque no esté escrito, el pensamiento del historiador griego Polibio. Decía: “El recuerdo glorioso de hombres valientes se renueva de manera continua; la fama de quienes han realizado proezas nobles nunca muere; y el renombre de los que han servido bien a su país, forma parte del legado a la posteridad”. 

Muchas gracias