Instalada en la creencia de haber alcanzado la cima del conocimiento, a la comunidad humana competentes voces le susurran que aún es iletrada en lo esencial: en su trato con la naturaleza, con nuestra casa común, la Madre Tierra. Convencidas de su aseveración, esas voces la convocan a dar pasos firmes a partir de este 22 de abril, Día Internacional de la Madre Tierra, hacia la “alfabetización medioambiental y climática”.

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A cualquier ciudadano del mundo le constan los cambios que la naturaleza registra, porque los ha visto a través de los medios, ha leído sobre ellos o, en los peores casos, los ha vivido trágicamente: alteración de las estaciones del año, contaminación del aire, del agua o de los suelos, depredación de los recursos naturales, sean materiales pétreos o maderables, flora o fauna, devastaciones causadas por fenómenos hidrometeorológicos cada vez más frecuentes y atípicos, como tormentas históricas, tornados, inundaciones, sequías, deshielo de glaciares, aumento en el nivel del mar, deforestación e incendios forestales... y muchos más, ocasionados principalmente por las actividades humanas no solo ilícitas, sino incluso legales.

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Ese conocimiento aprendido por experiencia propia o ajena, aporta una alfabetización medioambiental y climática empírica o autodidacta que, como la lectura, la escritura o la realización de operaciones aritméticas aprendidas pero no puestas en práctica de manera cotidiana, llevan a un analfabetismo funcional. Es decir, lo aprendido muchas veces a través de experiencias desastrosas no se ha visto aún reflejado en acciones masivas para cambiar los usos y costumbres que deterioran la casa, el entorno, la Tierra.

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Por eso es deseable expandir por todos los confines el lema que lanza la ONU para que la especie humana, hoy empoderada en una suerte de narcisismo colectivo, no solo recuerde las raíces que le dan sustento diario, sino que comience a balbucear el A-B-C del respeto y protección de los recursos naturales, de la biodiversidad, de la Madre Tierra y se involucre decididamente en un cambio de mentalidad para remontar la inercia en vez de esperar con resignación cuanto pueda alterar los ecosistemas y con ello, la vida misma.

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El nombre “Madre Tierra” se lo dieron a nuestro planeta diversas civilizaciones a lo largo de la historia y fue adoptado tal cual por la Organización de las Naciones Unidas en 2009 al oficializar el 22 de abril de cada año para celebrarla, mediante su resolución 63/278. Esta fecha conmemorativa fue propuesta en 1970 por Gaylord Nelson, senador y activista de Estados Unidos, al liderar a millones de ambientalistas que salieron a las calles para exigir que se pusiera  un alto a la devastación de la naturaleza. Se creó entonces la Agencia de Protección Ambiental de ese país y se expidieron leyes conservacionistas en ese país.

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Más tarde, osados aunque escasos ambientalistas dieron el primer gran impulso internacional a la defensa de los derechos de la Tierra en 1972. Desde su histórica cita de Estocolmo, durante la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, su potente llamado a proteger el medio ambiente y a conservar la biodiversidad llega a nuestros días y resuena enérgico dentro de un proceso para generar conciencia mundial sobre la interdependencia natural entre los seres humanos, las demás especies vivas y nuestro planeta.

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Una sobrepoblación mundial creciente demanda sin pausa recursos. Toma de la fuente natural suelos, agua, minerales, fauna y vegetales, todo cuanto necesita para procurarse bienes y servicios de diversa índole. Sin embargo, las más de las veces, en la incesante extracción, aplica tecnologías generadoras de contaminación de suelos, aire, fuentes de agua dulce o de mar, lo mismo que pérdida de especies de flora y fauna y de belleza del paisaje.

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La frase de cuño reciente: “la Tierra no es una herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos”, toma fuerza y sentido al recordarnos qué mundo disfrutamos en el ayer de nuestra infancia y qué planeta estamos dejando para el desarrollo armonioso de las nuevas generaciones.

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El cambio de mentalidad que propone la ONU para celebrar no solo este año, sino cada día a la Madre Tierra, depende de todos y cada uno de nosotros: el individuo, la sociedad y los gobiernos. No es solo una tarea de gobernanza, aunque la implica de manera contundente a partir de políticas públicas que en México y en varios países del mundo se concretan ya en regulaciones avanzadas, en la suscripción de convenios, acuerdos y pactos internacionales, nacionales y locales, así como en la vigilancia y procuración de justicia ambiental.

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Pero sin alfabetización medioambiental y climática, poco podremos avanzar porque ya el destino logró no solo alcanzarnos, sino rebasarnos, y esto lleva a pensar en qué los más de 7 mil millones de habitantes en el planeta podríamos hacer para mitigar el daño ambiental que se nos revierte en un calentamiento global cada vez más agobiante.

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Con pequeñas acciones particulares, decididas y habituales de cada uno de los miles de millones de personas como cerrar un grifo doméstico que se desparrama; utilizar la energía o desechar los residuos sólidos; internarse en las áreas naturales, sean o no protegidas; desarrollar tecnologías y generar empleos respetuosos con el medio ambiente, así como consumir bienes y servicios de manera consciente, podríamos producir cambios eficaces en la resiliencia, reforzaríamos el Acuerdo de París sobre cambio climático y estaríamos más cerca de lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible.