Así como el mar nos aporta un sinfín de servicios ambientales sin los cuales la vida en el planeta sería casi imposible, las actividades que desarrollan un millón 500 mil navegantes de esas aguas profundas son indispensables para la humanidad, ya que transportan el 90 por ciento de las mercancías de todos los países a través de las autopistas del mar en buques-tanque, frigoríficos, barcos para carga rodante y naves costeras, y en menor proporción también trasladan pasajeros en transbordadores y cruceros.

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A conocer ese universo y generar empatía con quienes lo conforman nos convoca la Organización de las Naciones Unidas ONU que cada 25 de junio, desde 2010, conmemora el Día Mundial de la Gente de Mar para valorar la importancia de hombres y mujeres que se hacen a las aguas salinas y, con su intrépida labor, contribuyen al bienestar de todos los habitantes del planeta.

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Sobre los hombros de estas personas recaen quehaceres singulares y riesgosos que implican una enorme responsabilidad ambiental: el cuidado y la conservación de los ecosistemas marinos. Sin olvidar que también están expuestos a la inseguridad y violencia que los acecha o ataca para despojarlos, desde barcos que trasladan cargas ilegales de toda índole, incluido el tráfico de personas, de especies protegidas de flora y fauna y de estupefacientes.

Además, la normatividad internacional que rige la Organización Marítima Internacional (OMI) exige a armadores y marinos aplicar medidas de control para prevenir la contaminación de al menos 250 sustancias líquidas nocivas transportadas a granel, y aplicar normas precisas de embalaje, marcado y etiquetado, documentación y estiba para prevenir o reducir al mínimo la contaminación ocasionada por sustancias perjudiciales.

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También les corresponde prevenir y evitar la contaminación por aguas sucias; prevenir la contaminación por basuras o residuos producidos por las operaciones rutinarias del buque, tales como elementos de estiba, botellas y restos de comida, entre otros y, especial y terminantemente, los plásticos de todas formas y tipos; prevenir la contaminación atmosférica, así como evitar el vaciado de aguas de lastre que arrastran organismos dañinos, como el Vibrium cholerae y especies desconocidas en otros lugares del mundo donde han alterado los hábitats.

Una larga historia precede a los acuerdos para regular la contaminación originada en los barcos, y prevenir cualquier forma de ensuciamiento de las aguas marinas. Entre 1973 y 1978, la OMI desarrolló el Convenio Internacional para Prevenir la Contaminación por los Buques, conocido como Marpol por las siglas en inglés del concepto Marine Pollution. Los residuos que se generan durante el servicio de los buques, sus operaciones de mantenimiento y limpieza y por accidentes, o durante su navegación o estancia en los puertos, son conocidos como desechos Marpol.

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Desde mediados del Siglo XX se advertían los problemas que generaba la contaminación por los hidrocarburos de las embarcaciones. Varios países encabezados por Inglaterra, asumieron el convenio Oilpol que regulaba ese tipo polución. Sin embargo, el encallamiento del buque Torrey Canyon en 1967 en el canal de La Mancha, que derramó 120 mil toneladas de crudo, fue la puntilla para tomar conciencia sobre los devastadores accidentes petroleros marítimos, lo que a la larga estimuló la construcción de superpetroleros de doble casco, sobre todo a partir del accidente del Exoon Valdez, en 1989.

Derrames como estos dan muestra de las vicisitudes que enfrenta la gente de mar que, para los antropólogos culturales franceses, son las personas que están o han estado inscritas en los registros de una embarcación profesional, pero en otros países como Colombia, son todas aquellas personas que brindan un servicio dentro de una embarcación o prestan apoyo desde tierra.

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La mayoría de los marinos surcan aguas distantes de sus puertos nacionales, laboran con armadores de nacionalidades distintas a la suya y/o en naves de bandera distinta a la de su patria, lejos de su familia y de autoridades que los puedan proteger en altamar. Esa lejanía los expone con frecuencia a  condiciones de trabajo difíciles: explotación y abusos; impago de salarios e incumplimiento de los contratos laborales; dietas pobres y magras condiciones de vida. Menudean reportes sobre abandono de trabajadores del mar en puertos extranjeros.

Sólo el cumplimiento de las normas marinas por parte de todas las naciones puede garantizar la protección adecuada a este millón y medio de trabajadores de la que ha sido desde siempre la primera industria genuinamente global.

La conciencia social y gubernamental sobre las condiciones en que la gente de mar atiende una parte capital para la existencia y la calidad de vida de la humanidad entera, podría generar acciones solidarias para motivar en ellos la conciencia ambiental, habida cuenta de que son los directamente encargados de la operatividad de decenas de miles de naves que transitan los mares del mundo, desde donde ellos pueden contribuir directamente a la protección de los ecosistemas marinos que son parte medular de la vida en el planeta.