Elemento esencial del desarrollo sostenible, el agua es para todos los seres vivos, incluida la especie humana, un recurso insustituible. La composición misma del cuerpo humano es en promedio 70 por ciento agua. Sin ella no podríamos sobrevivir. La humanidad necesita agua. Agua para alimentarse, para conservar la salud de su cuerpo y de su entorno, para su recreación.

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Si apreciamos la relevancia que el recurso agua tiene para el individuo, podremos imaginar las necesidades del valioso líquido que en conjunto tenemos más de 7 mil millones de seres humanos asentados en todas las latitudes del planeta.

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Por un momento, visualicemos estar nosotros en un entorno de estrés hídrico, que es una situación cotidiana para 663 millones de seres humanos que sobreviven sin suministro de agua potable cerca de casa, durante horas hacen fila para dotarse de una pequeña cantidad del líquido o se trasladan a fuentes lejanas para acopiarla, pero también hacen frente a severos problemas de salud a consecuencia del consumo de agua contaminada.

 

Ante ese panorama, la Organización de las Naciones Unidas propone para el 22 de marzo 2017, Día Mundial del Agua --establecido en 1992 durante la  Cumbre de la Tierra--, un ejercicio de reflexión: concentrarnos en el desperdicio del agua y en cómo reducir y reutilizar hasta el 80% del agua que malgastamos en nuestras casas, ciudades, industrias y agricultura y que fluye de vuelta a los ecosistemas sin ser tratada ni reciclada, contaminando el medio ambiente y ya sin sus valiosos nutrientes.

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El organismo internacional plantea la necesidad de aumentar la recolección y tratamiento del agua desperdiciada y reciclarla de forma segura; y, con el fin de  ayudar a proteger el medio ambiente y los recursos hídricos, reducir la cantidad de agua que contaminamos y dilapidamos, lo que ocurre desde el momento en que abrimos el grifo y dejamos salir una gota o un chorro de agua que en la mayor parte de los casos de inmediato e irremediablemente se pierde y contamina.

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El Objetivo 6 de la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible proclama “garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos”, e incluye la meta de reducir a la mitad la proporción de agua dilapidada y aumentar su reciclaje.

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Consideremos algunas razones de ese objetivo: los recursos hídricos y la gama de servicios que prestan juegan un papel clave en la reducción de la pobreza, el crecimiento económico y la sostenibilidad ambiental. Obviamente, contar con agua propicia el bienestar de la población y el crecimiento inclusivo e impacta positivamente en la vida de miles de millones de personas, al incidir en su seguridad alimentaria y energética, la salud humana y el medio ambiente.

 

Sin embargo, la realidad es que a nivel global 1800 millones de personas usan una fuente de agua contaminada por aguas fecales que los pone en riesgo de contraer el cólera, la disentería, el tifus o la polio. El agua no potable y unas pobres infraestructuras sanitarias, así como la falta de higiene, causan alrededor de 842,000 muertes al año.

Alienta pensar en las enormes oportunidades de explotar el agua desperdiciada, porque el agua tratada de una forma segura es una fuente sostenible y asequible de agua y energía, así como para obtener nutrientes y otros materiales recuperables.

En México, en 2014 el volumen de agua renovable promedio en el país era de 3,736 metros cúbicos por habitante al año. Sin embargo, existen diferencias sustanciales entre el sureste y el norte del territorio, regiones entre las cuales se observan áreas con gran escasez de agua y zonas con frecuentes eventos hidrometeorológicos que significan costosas inundaciones y afectación de asentamientos humanos e infraestructura.

En la zona centro–norte del país se concentra el 27% de la población, se genera el 79% del PIB y se cuenta con sólo el 32% del agua renovable; en cambio, en la zona sur donde existe el 68% del agua el país, se asienta sólo el 23% de la población y se genera el 21% del PIB. Asimismo, el 22.7% del agua superficial se encuentra  contaminada o fuertemente contaminada; el 33.2% del agua superficial tiene calidad aceptable y solo 44.1% del agua superficial observa calidad buena y excelente.

De esas aguas, en las ciudades se desperdicia alrededor del 40% por fugas en las redes de abastecimiento y distribución y tomas domiciliarias, y sólo 47.5% de las aguas residuales colectadas recibe tratamiento. Un porcentaje mucho más bajo cumple con las normas de calidad de las descargas.

La escasez de recursos hídricos, la mala calidad del agua y el saneamiento inadecuado influyen negativamente en la seguridad alimentaria, las opciones de medios de subsistencia y las oportunidades de educación para las familias pobres en todo el mundo. A ello se suma el fenómeno de la sequía que afecta a algunos de los países más pobres del mundo y agudiza el hambre y la desnutrición. Se calcula que para 2050, al menos una de cada cuatro personas vivirá en un país afectado por escasez crónica y reiterada de agua dulce. La esperanza radica en librar de impurezas y hacer accesible para todos el recurso agua, porque el agua es parte esencial de la vida en este planeta, donde hay suficiente agua dulce para que este recurso sea accesible para todo ser humano.

Fuentes:

http://www.aguas.org.mx/sitio/index.php/panorama-del-agua/diagnosticos-del-agua

http://www.conagua.gob.mx/CONAGUA07/Publicaciones/Publicaciones/ATLAS2015.pdf

http://www.un.org/es/events/waterday/