Posada sobre un nopal, el águila sagrada representaba a Huitzilopochtli, dios de la guerra, a quien también se identifica con el sol, al ser el ave que vuela a mayor altura, tal como lo hace el astro.

Al llegar a su fin la guerra de Independencia el 24 de febrero de 1821 y formarse el Ejército Trigarante, Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero adoptan la bandera de franjas diagonales con los colores que hasta hoy prevalecen, pero el 2 de noviembre del mismo año, también por decreto, aparecen los mismos colores pero en posición vertical, y sobre el blanco el símbolo tenochca del águila sobre el nopal portando una corona imperial.

Los hitos de la historia del lábaro patrio con el águila al centro registran el año 1892, cuando Porfirio Díaz decreta colocar al águila real de frente sosteniendo a la serpiente con la garra derecha y una rama de oliva debajo del nopal.  Permaneció así hasta que Venustiano Carranza decretó el 20 de septiembre de 1916 incorporar al águila de perfil parada sobre un nopal y sosteniendo en el pico una serpiente de cascabel, ornada por un semicírculo de hojas de laurel y encino.

En 1973 Luis Echeverría Álvarez ordenó el diseño actual que presenta un ave más esbelta y erguida, de penacho erizado, sosteniendo en el pico una serpiente de cascabel, las alas más juntas y un nopal extendido de manera horizontal enraizado en la tierra que emerge del agua. La guirnalda de encino y laurel unidos con festón tricolor complementan el cuadro estético y simbólico.

El águila real voló así a través de la historia, desde el mito fundacional de Huitzilopochtli, hasta las alturas del escudo nacional.

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