En México, la falta de recursos económicos no es un impedimento para que los menores que padecen algún tipo de cáncer reciban atención médica; así queda demostrado con Alejandro Giovanni de la Cruz Nácar, un joven de 16 años de edad en situación de calle, y diagnosticado con leucemia linfoblástica aguda.

 

Hace ocho meses “Alex”, como lo llama su madre, fue internado por una presunta complicación de diabetes, enfermedad que Alejandro sobrelleva desde que tiene 10 años de edad. Sin embargo, en el Hospital General La Villa los médicos que atendían a “Alex” descubrieron que tenía cáncer en la sangre y no una descompensación en sus niveles de azúcar, por lo que debía ser trasladado al Hospital Infantil de México Federico Gómez”,

 

Margarita Nácar, madre de Alejandro, explica que viven una situación particular “porque caímos en situación de calle cuando el papá de Alex nos dejó. En junio pasado empezó con calentura, le dolía la garganta, pero yo no tenía dinero; pedí limosna y me lo llevé al hospital de La Villa”.

 

El 26 de junio ingresó al Hospital Infantil de México “Federico Gómez” a las 6 de la tarde. Ahí, se le asignó la cama 440, que pronto abandonaría porque los médicos determinaron que su lugar estaba en terapia intensiva, un área donde los profesionales de la salud del Estado mexicano han abatido los dolores de “Alex” al grado de reincorporarlo a su vida normal.

 

Y es que la cotidianeidad de Alejandro transcurre en la vía pública, ya sea vendiendo manualidades o bien apoyando su espalda en una lona con vidrios.

 

Ahorita, con la venta de las artesanías que nos han enseñado a hacer aquí en el hospital, rentamos un cuartito de cuatro por cinco, detalla la madre de Alejandro.

 

Margarita sabe lo que guarda en su bolsillo: “Nosotros tenemos un sello de Gastos Catastróficos en el carnet, o sea, yo aquí no pago. En la cafetería, Carlos, la señora Judith y Alex, el tocayo de mi niño, nos dan comida, pero no me dan las sobras; nos apoyan con comida y visten a mi hijo, le dan zapatos, ropa, aquí las damas voluntarias”.

 

Y recuerda a los que hicieron la diferencia: “Estoy muy agradecida con un señor del Seguro Popular que se llama Miguel Flores, porque me dijo señora no llore, tráigame este papel y este papel y yo le tramito el Seguro Popular. Ese joven sale a las tres de la tarde de trabajar, yo no tenía el comprobante de domicilio porque vivíamos totalmente en la calle, y él me esperó hasta las cinco para hacer todo el trámite”.

 

Alejandro, que hace ochos meses supuso que su vida estaba por concluir, ahora está pensando en acabar la secundaria porque en su mente se albergó una meta: “quiero ser ingeniero mecánico”.


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