Los mexicas entre sus dioses tenían a Mictlantecuhtli, Señor del inframundo, quien gobernaba en el lugar donde de alguna manera se vive el sitio al que se iba una vez que fallecía. Se le representaba descarnado, mostrando incluso el hígado o el corazón.

En ese periodo también surgió la Llorona, esa alma en pena que llora a sus hijos. Se dice que las mujeres que morían en el primer parto volvían a llorar a sus hijos en un día del año, la gente debía de protegerse cuando esto sucedía y las llamaban Cihuateteo.

La consciencia de la muerte tampoco para los españoles era ajena, quienes durante la edad media consideraban a la muerte como la gran niveladora, ante quien ricos y pobres, reyes y plebeyos eran iguales. Ellos trajeron la fiesta religiosa de los Fieles Difuntos, dedicada a las almas que aguardaban en el purgatorio, esa fiesta se unió a otras ceremonias que los grupos indígenas realizaban para conmemorar el más allá como una parte indisoluble del ciclo de la vida. 

Todas estas creencias se unieron en el bagaje cultural mexicano y dieron como producto la celebración que hoy conocemos como Día de Muertos, en la que confluyen leyendas y ceremonias de la más diversa índole, diversos, como nuestra propia cultura.

 

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