Tres Veces Migrante

1er lugar Mujer Migrante Cuéntame tu Historia: "Tres veces migrante" de Juana Ruiz Díaz

Instituto Nacional de las Mujeres | 12 de diciembre de 2016

Cuando subimos la última loma, voltee y vi el pueblo, miles de recuerdos pasaron por mi mente, sentí un profundo dolor en el pecho, fue inevitable no dejar salir las lágrimas que nublaban mi vista, lloré y pensé que tal vez esa sería la última vez que lo vería.

Tenía 23 años cuando salí de mi pueblo Santa Catalina Quierí en Oaxaca, estaba embarazada de mi quinto hijo, tenía siete meses. Mi esposo Hilario Herrera y yo decidimos emigrar porque no teníamos otra alternativa, la situación era insostenible, teníamos hambre y una familia que sacar adelante. A pesar de que cultivábamos la tierra, la cosecha no se daba, además Hilario no podía trabajar porque tenía que cumplir con el servicio encomendado por el pueblo.

Cuando di la noticia a mi mamá, su semblante cambió y las primeras palabras que dijo fueron “no se vayan, aquí podemos comprar maíz para comer”, muchas preguntas surgieron después como: ¿A dónde van a ir?, estás embarazada ¿Qué vas a hacer ahora que nazca el bebé? ¿Quién te va a cuidar?, pero a pesar de todos los intentos que hizo mi madre para que olvidáramos esa idea, fue inútil, la decisión ya estaba tomada.

De mi pueblo a San José Lachiguirí, el pueblo más cercano hicimos como ocho horas de camino a pie, salimos en la madrugada y tuvimos que encender pedazos de ocote para iluminar nuestro camino, las piernas se me acalambraban y los pies casi me reventaban de dolor por el cansancio del embarazo; Hilario me hizo tomar mezcal caliente para poder aguantar  el camino. Cuando llegamos a Lachiguirí como a las nueve de la mañana tomamos un carro de redila que nos llevó a Miahuatlán y de Miahuatlán a Oaxaca, la capital. El autobús con destino a Nanchital, Veracruz que teníamos que abordar lo perdimos, llegamos tarde, nos preocupamos; sin embargo, Dios nos acompañaba, pues después nos enteramos que el autobús que perdimos volcó en la carretera, dimos gracias por no haber ido en ese carro.

Al llegar a Nanchital ya no teníamos dinero, además no hablábamos ni entendíamos el español, solo el zapoteco. Las personas de ese lugar no querían rentarnos un cuarto porque teníamos muchos hijos, decían que los niños sólo daban lata y destruirían el lugar. Recuerdo que mientras esperábamos sentados en la calle a mi esposo que buscaba un cuarto para rentar, pasó una señora que también estaba embarazada, ella vestía una bata roja, nos regaló un plato grande de comida y una taza de café, para mí ha sido el mejor café del mundo, gracias a esa buena mujer mis hijos comieron ese día. Después de mucho buscar, por fin encontramos un cuarto por el que pagamos 80 pesos de renta, un cuarto de lámina con dos ventanas, a pesar de todo, los ánimos no decaían, eran más las ganas de salir adelante. Hilario aprendió hacer nieve y salía a recorrer las calles de la ciudad para vender. Poco a poco fuimos aprendiendo palabras en español, eso nos costó insultos, humillaciones y una gran impotencia por no poder defendernos. Durante tres años trabajamos y logramos comprar un terreno, hicimos nuestra casa de cartón finalmente teníamos algo propio, y cuando creímos que las cosas ya iban bien, sucede una explosión en la Refinería de Nanchital, tuvimos que salir de ahí y de nuevo emigrar, pero ahora a la capital de Oaxaca.

Comenzamos nuevamente la travesía, llegamos a la terminal de autobuses de segunda clase en la central de abastos, ahí permanecimos cuatro días durmiendo sobre cartones sacados de la basura, mientras encontrábamos un lugar para vivir.

Logramos rentar una casa de cartón de dos metros cuadrados, que los dueños usaban como bodega para materiales de construcción, sin embargo, las malas condiciones en las que se encontraba el lugar provocó que en una ocasión mientras granizaba, la casa se inundó, fue necesario que mi esposo subiera a los niños a su carretilla para sacarlos de ahí y salvarles la vida. Las malas condiciones del cuarto y las intenciones de los dueños de aumentar la renta, nos obligaron a realizar un esfuerzo extra por ahorrar y comprar un terreno, fue así como llegamos a la Agencia de San Juan Chapultepec donde actualmente vivimos. En ese lugar crecieron mis hijos e  ingresaron a la escuela, poco a poco veíamos como nuestro esfuerzo se veía realizado. Mis hijas e hijo fueron buenos con nosotros porque siempre tenían buenas calificaciones, así Hilario vendía nieves y trabajaba en la construcción, mientras yo vendía aguas y fruta afuera de la escuela.

El tiempo paso, nuestros hijos crecieron, algunos se encontraban cursando la preparatoria y la universidad, fue entonces cuando nuestro esfuerzo ya no era suficiente y los ingresos económicos tampoco. Así que tomamos la decisión de ir en busca del sueño americano, iríamos a los Estados Unidos. Primero se fue mi esposo, después decidí irme también. Conseguí al coyote que me iba a pasar al otro lado, fui a comprar el boleto para Tijuana y partí hacia el sueño americano. En el momento en el que el avión volaba por el aire, vi la casa donde vivíamos, donde mis hijos se quedaron, el dolor en mi corazón era tan grande, era yo sola contra ese gran país, con gente muy diferente a nosotros en color, lengua, pensamientos y sentimientos y lloré, lloré amargamente preguntándome ¿en verdad dejé Oaxaca y a mis hijos? ¿Fui capaz? ¿Realmente este sacrificio valdrá la pena?

Al llegar a Tijuana, un carro nos recogió y nos llevó a San Luis Río Colorado a la orilla de una carretera de donde caminamos en el desierto hasta que llegamos a un río hondo y con mucha corriente, nos quitamos la ropa para pasarlo, al llegar al otro lado del río estaba un basurero ahí cada quien recogió un pedazo de nylon para cubrirnos. Eran como las once de la noche y seguíamos esperando hasta que dejaran de pasar carros y cada vez que aparecían los helicópteros de la migra, nos escondíamos en los arbustos, teníamos miedo porque sabíamos que habían, arañas, serpientes o ratas, pues era un basurero. Cuando logramos cruzar la carretera corrimos hacia un canal de agua al que salté y el agua rebasó mi cabeza, dos personas me agarraron del brazo para poder salir, las paredes del canal eran muy resbalosas, fue una desesperación terrible, porque mis pies no podían detenerse en la pared, me jalaban de las muñecas y me dolía demasiado por la fuerza con la que lo hacían, sentía que iban a romper mis manos, hasta que logré subir, otro compañero migrante no tuvo la misma suerte, se lo llevó el agua.

Corrí detrás de ellos, perdí la cuenta de las veces que me caí, todos eran hombres y yo la única mujer. Todo ese recorrido lo hicimos descalzos, nuestros pies estaban destrozados por las piedras y las espinas del camino, mis rodillas sangraban por tantas caídas. Así llegamos al tercer canal por el que saltamos de la misma manera que en los otros dos, y nuevamente a caminar, pasamos por tierras en las que nuestros pies se hundían hasta las rodillas, saltamos y pasamos dentro de tubos, canales, nos caíamos y nos levantábamos, ya llevábamos dos días y dos noches caminando, hasta que en un carro nos llevaron a un lugar en donde estuvimos cuatro días encerrados, en espera de subir al tren y seguir nuestro trayecto, ahí nos encontramos a más gente que como nosotros quería llegar a los Estados Unidos.

Esperamos el tren entre el monte y cuevas, yo me quede debajo de unas piedras, las cuales eran sostenidas solo por un pedazo de madera, además dentro de la cueva se escuchaban sonidos como de serpientes, pero no podía prender mi lámpara. Cuando intentaba salir y me veían, el coyote me regañaba y me amenazaba diciendo que si nos atrapaba la migra por mi culpa, ellos me iban a dejar y huirían, pero la migra nunca se retiró. Ante esta situación, el coyote buscó otra forma de cruzar, pasamos dentro de un carro, enrollados con cobijas y debajo de los asientos, el calor era insoportable y la falta de aire era cada vez mayor, en el mismo carro íbamos cinco personas, uno sobre otro. Escuché cuando pasamos por la revisión, tenía mucho miedo que me descubrieran, gracias a Dios no nos revisaron en ninguno de los retenes. Cuando el peligro pasó, nos dijeron que ya podíamos salir de las cobijas y lo primero que vi fue una bandera de Estados Unidos, estaba tan contenta de ver esa bandera azul y roja, con esas estrellas, lo que parecía imposible por fin lo lograba.

Finalmente llegamos a Coachella donde encontré a mi cuñado y a su familia, al siguiente día viajé a Bakersfield California en donde estaba mi esposo y al tercer día de haber llegado comencé a trabajar. Mi primer trabajo fue el deshoje de uva, después en los naranjales donde tenía que llegar a las cuatro de la mañana en el campo y comenzar la jornada, nos daban una escalera de 5 metros tan pesada, que no aguantaba cargar, después tenía que subirme hasta la punta para poder cortar las naranjas y llenar grandes y pesadas bolsas. En Coachella trabajé en la pisca de chile jalapeño, teníamos que llenar botes de más de 20 kg, hacía muchísimo calor y aunado a esto, el jugo del chile hacía que nos ardiera todo el cuerpo. Y así transcurrieron 2 años y medio, trabajando en el campo, en la lechuga, chile morrón, mandarina, uva, etc.

Mi mamá se enfermó, así que tomé algunas cosas y regresé a mi pueblo, en los 20 años que llevaba fuera solo la había visto 3 o 4 veces, tres meses después de que llegué, ella murió. Decidí que darme en el pueblo, pues la mayoría de mis hijos ya habían terminado la universidad.

Actualmente, mi hija Gisela la mayor, tiene un negocio próspero, mi hija Yolanda es psicóloga, Maribel es diseñadora gráfica, Rosalba es criminóloga y mi hijo Santiago esta terminando la licenciatura en psicología, con orgullo y satisfacción veo que todo el esfuerzo y sacrificio que hicimos valió la pena.

Sin embargo, con tristeza veo como en mi pueblo las cosas no han cambiado, la pobreza y la marginación siguen estando presentes, la desintegración familiar a causa de la migración, la violencia hacia las mujeres, el bajo índice de educación y ahora la siembra de amapola se ha acrecentado. Sabemos que no podemos cambiar esta situación solos, ni de la noche a la mañana, pero queremos poner nuestro granito de arena motivando a las familias a que inviertan en la educación de sus hijos.

Por ello con el fin de evitar la migración propongo, generar empleos para que la gente no tenga que emigrar y pueda permanecer a lado de su familia; por ejemplo, en el campo necesitamos un sistema de riego que nos permita mejorar nuestra producción, en el ámbito cultural, rescatando nuestro traje típico y a la vez apoyando a las mujeres que saben bordarlos para que generen ingresos propios, también aprovechar las bellezas naturales a través del ecoturismo.

En segundo lugar, estamos buscando conformar una Asociación Civil a través de la cual bajar recursos para proyectos productivos, pero también para crear un albergue que apoye a jóvenes y familias que salen de las comunidades y no tienen a dónde llegar. El objetivo al final es que los jóvenes puedan salir a estudiar y luego regresar al pueblo a ayudar a construir unidos un futuro mejor.

Finalmente, tenemos que combatir el tema de la violencia de género, necesitamos educar a los varones y mujeres, porque la situación de hace treinta años sigue siendo la misma, a las mujeres se les educa para casarse, tener hijos y estar al servicio del marido, yo hice un gran esfuerzo para sacar esas ideas de mi mente y entender que nosotras las mujeres tenemos un propósito mayor al que nos enseñaron y deseo que todas tengamos la dicha de reconocernos y valorarnos a nosotras mismas.

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