Jorge Correa ha logrado lo que nadie: juntar a integrantes de pandillas y cárteles rivales, Mexicles y Aztecas con Zetas y Templarios que se encuentran en reclusión, para hacer, sin que se confronten, teatro en la prisión, labor a la que ha dedicado los últimos 32 años de su vida.
Distinguido por la UNESCO como el Padre del Teatro Penitenciario en México, advirtió que con esta actividad no se trata de hacer actores, sino de transformar al individuo en reclusión, por medio de la magia del teatro, que no sólo les brinda momentos de libertad en la prisión, sino también un encuentro con ellos mismos a través de los otros.
“Los ayuda en todo, en todo. En primera, el interno tiene necesidad de comunicar, atrás de su situación de encierro hay muchas cosas tal vez de inocencia, de abuso, del mismo destino, no saben ni por qué están ahí, tal vez porque tenían ganas de un gansito o porque estaban mal parados en una esquina o porque alguien los puso, es muy difícil, por ahí el teatro es un medio para que tú digas cosas y externes tu situación, ahora en cuanto a la actividad teatral de lleno, pues ellos leen mucho también y a mí siempre me ha interesado esta posición de primero informar para formar y qué mejor medio que el teatro”.
A la fecha ha prestado sus servicios en todas las prisiones del país, a donde acude a montar obras de teatro de gran calidad protagonizadas por los reos, a veces en tiempo récord, pues ha logrado hacerlo en tan sólo 15 días, con un método desarrollado por él mismo: el Sistema Teatral de Readaptación y Asistencia Preventiva (STRAP).
Apenas el año pasado, conformó el proyecto Liberarte y participó por primera vez con el teatro penitenciario en el Festival Internacional Cervantino y la puesta en escena de la obra Hamlet desde la prisión, la cual compitió en calidad con los montajes de las grandes compañías que se presentaron e impresionó a propios y extraños.
En entrevista con el Conaculta, precisó que hay una gran diferencia entre teatro en prisión y teatro penitenciario. El primero, sólo implica representar obras de autores universales: Shakespeare, Moliére, Eurípides, Sófocles, mientras que el penitenciario es llevar a escena “los temas inherentes al interno: su derrota, su frustración, su miedos, su desamor, su criminalidad, su todo, su dolor, su interés, su desesperanza, sus deseos, sus ilusiones, su privación de la libertad, eso es teatro penitenciario y hay muchas obras que hablan de la prisión por ejemplo, Hamlet habla de que todo Dinamarca es una prisión”.


Un actor a la prisión
Actor de formación, a mediados de los años setenta, Jorge Correa, como todo estudiante de teatro, estaba deseoso de comerse el escenario y aunque tenía una carrera muy ascendente, la vida lo llevó por otro camino, a lo que él mismo llama el “teatro de la oscuridad y del encierro”.
Y es que en 1975, durante su participación en la puesta en escena El traje bajo la dirección de Sergio Jiménez, “tuve la oportunidad de mostrar mis talentos como actor y las críticas estaban muy a mi favor, me catalogaban de excelente, rumbo al éxito”, pero al final de la temporada por la euforia del cierre “apareció una botellita, eso lo quiero decir, de cognac y empezamos a celebrar”, a pesar de que al día siguiente, aún tenía una función en Puebla, a la cual simplemente no llegó.
Debido a esta falta, su maestro, Héctor Azar, lo congeló y aunque siguió sus estudios en el Centro de Arte Dramático AC, durante dos años permaneció como “apestado”, pues no le tomaban en cuenta para ninguna puesta en escena.
Su disidencia y una aparente rebeldía, lo llevaron a participar en obras de teatro universitario y luego, a invitación de Patricia Reyes Espíndola incursionó en el teatro escolar, para después ser llamado por Juan Pablo de Tavira para colaborar en la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, como bibliotecario.
Ahí, entró en contacto con el mundo jurídico y del crimen. Dos casos le impactaron, el de Gregorio el GoyoCárdenas, que mataba prostitutas en las calles de Tacuba y el de Higinio Sobera de la Flor, “el pelón Sobera”  un hombre acaudalado que luego de matar a un militar en un incidente de tránsito, acosa a una joven, a la cual asesina y practica necrofilia.
Luego de leer a los griegos y conocer estos casos, Jorge Correa descubrió que ahí estaba “la esencia de la tragedia humana, el hombre contra su destino, las circunstancias” y cuando Juan Pablo de Tavira fue designado como subdirector en la Dirección General de Reclusorios, él obtuvo una plaza como maestro de teatro.
“Le entré con toda la ilusión, la decisión y el carácter del mundo, porque nadie jamás había volteado a ver la posibilidad de hacer teatro con toda la esencia carcelaria, más que de Tavira, que me cedió los trastos”.
Fue en 1983 en el Reclusorio Oriente, que se montó la primera obra protagonizada por un recluso, Gilberto Flores Alavez. “Uno de los casos criminológicos más fuertes, a la altura de el Goyo Cárdenas y el Pelón Sobera, era mi primer alumno, el que había matado a sus abuelos a machetazos”, con la obra En carne viva,de Raúl Carrancá y Rivas que hablaba sobre la libertad desde el punto de vista de un jurista.
La puesta en escena fue todo un éxito, presentada en otros reclusorios e incluso ofreció funciones en el exterior, como en el Teatro de la Ciudad Universitaria y aunque había planes de llevarla a otros recintos, “para demostrarle a la sociedad que sí hay una readaptación, ahora llamada reinserción”, las autoridades finalmente dieron marcha atrás al proyecto, pues reconoció Jorge Correa, no estábamos preparados socialmente para este tipo de iniciativas.
“Yo seguí dando talleres, pero se acabó el teatro penitenciario ese mismo año que iniciamos con tanto entusiasmo, tanta euforia, tanta entrega de parte de todos porque éramos un equipo”, a pesar de la gran necesidad que existe de la actividad histriónica en los penales, que da la posibilidad a los internos de descubrirse, de reencontrarse consigo mismos.
“Cuando llega alguien que les detona esta posibilidad creativa, estética, hermosa que es el teatro, o cualquier manifestación artística, la pintura, la música, que toda la vida lo han hecho; en Lecumberri Siqueiros hacía los telones de las obras de teatro, José Agustín escribía, grandes personajes de la literatura universal estuvieron presos, es un medio donde el interno tiene la posibilidad de encontrarse a sí mismo, de descubrirse o redescubrirse, de reencontrarse y de volverse a amar, de volver a sumir quién era, dónde se perdió, en qué parte de tu vida te detuviste”.
Por ello, para Jorge Correa el teatro dentro de la prisión es preventivo para los reos, pues da la oportunidad de “prevenirlos para readaptarlos y después integrarlos a la sociedad, como hombres nuevos, no como actores”.


Por la transformación del individuo
A la fecha, Jorge Correa ha estado en prácticamente todos los centros de readaptación social del país, 400 de los 460 que existen. Le han faltado los preventivos, donde se les interna por faltas administrativas durante algunas horas, como el llamado Torito, lugar al que también ha acudido para presentar obras no para asustar, sino para proponer un cambio de juicios y actitudes, mostrando lo que pudieron haber provocado, por ejemplo, al manejar alcoholizados.
El objetivo del teatro penitenciario, dijo, es transformar a los internos, para readaptarlos o reinsertarlos. “Yo sigo porque estoy convencido, porque yo  conozco la esencia del hombre, son muchos años de estar metido realmente en el dolor, en la derrota, en la frustración, en el coraje que tienen de las injusticias humanas, porque hay mucha gente que por nada está ahí con grandes sentencias”.
En  las prisiones ha trabajado con todo tipo de reclusos “desde el que está por tortillas duras como se dice en el argot penitenciario, hasta el más grande personaje que hayas visto con las manos atrás y la mirada abajo, escoltado por tipos de negro con pasamontañas y armamentos fuertes, todo es parafernalia, adentro son unos conejitos, ya los tienes y en realidad asumen su derrota y trabajan contigo, colaboran porque es parte de lo mismo, si no estás activo adentro, te come la prisión por muy fregón que hayas sido y más a nivel federal”.
Y es que los centros federales, dijo, “son realmente el infierno, es lo más duro que te puedas imaginar, ahí ni el viento corre. Mi orgullo es que mis últimos 25 años los he pasado en centros federales, en los infiernos más fuertes dentro de la reclusión, lo más difícil, con los personajes más granados, más señalados por la sociedad nacional y mundial, esto para mí es el laboratorio de vida más grande”.
Lo mismo ha trabajado con lugartenientes de los capos más importantes, que con sicarios, secuestradores y asesinos, a quienes ofrece la oportunidad de liberarlos, aunque sea dentro de la misma prisión, por medio del teatro.
Ahí, apuntó, se trabaja “con toda esta cloaca, esta cascada de emociones que tiene el interno por haber perdido la libertad y todo lo que conlleva en su historia personal. Hay que mostrarlo para prevenir, evitar que los chamacos de ahora lleguen allá, ahorita me estoy dando cuenta que todas las prisiones están llenas de jóvenes”, de entre 19 y 27 años, que ya no tienen valores ni emociones, pues llevan 120 muertes y quizá van por más.
Porque cree en el poder del teatro para transformar al individuo, Jorge Correa sigue trabajando, ahora considerado como el Padre del Teatro Penitenciario en México. “No he dimensionado este nombramiento, yo soy un animal teatral que hago lo que me gusta y si lo hago con tanto entusiasmo es porque realmente estoy convencido de que sí funciona, si no desde cuándo me hubiera ido a hacer teatro mortal, teatro barato”.


Liberarte llega al Cervantino
Fue apenas el año pasado que por primera vez una puesta en escena hecha desde la prisión llegó al Festival Internacional Cervantino. La obra Hamlet, realizada con la participación de 50 internos desde el Cefereso 12, ubicado en Ocampo, Guanajuato, fue el debut de lo que se ha conformado como el proyecto Liberarte.
La primera participación del teatro de encierro en el Cervantino y de Jorge Correa como oriundo del municipio de Salvatierra, en Guanajuato, fue la novedad en el festival, pues “yo me fui con todo, no teatrito de papel, teatro de parecer ser, dije voy a hacer teatro de ser, voy con todo y si es el Cervantino a romper lo que se tenga que romper, pedí escenografía, el mejor vestuario, ya que no podía irme con pequeñeces”.
Con tres funciones al interior del penal y una transmisión en las escalinatas de la Universidad de Guanajuato, el teatro penitenciario hizo un magnífico papel. “Que nos vamos llevando las críticas más positivas, que hasta en twitter Rafael Tovar y de Teresa, el presidente del Conaculta, me felicitó”.
Y es que la obra simplemente cautivó. “Tú los ves y no le piden nada a ninguna compañía profesional”, a pesar de que no son actores y de que el montaje se preparó con sólo tres meses de anticipación, con reos de diferentes perfiles y diferentes cárteles.
El poder del teatro penitenciario, según Jorge Correa es que da la posibilidad de encontrarte contigo mismo en el otro, “en un hermano de mi mismo dolor, no importa que sea un Zeta, un Mexicle o un Azteca”, porque va a la esencia del individuo, sin rivalidades, para lo cual las obras de Shakespeare son ideales, porque manejan todas las bajas pasiones del ser humano: odios, traiciones, abuso de poder, desamores, los caminos retorcidos de la mente”.
Ahora el objetivo es continuar en el Cervantino, para que no sólo sea “una llamaradita de petate, pues fue un logro que no se puede echar para atrás. Se demostró que los riesgos que se pudieron haber tenido se controlaron, no pasó nada, lo puedes tomar con reserva, de que fue el fenómeno, el momento, porque el criminal de ese tipo, a menos que hayas hecho el milagro en tocarlo definitivamente para que ya no te genere problemas, pero desgraciadamente se quedan en el mismo entorno y no hay continuidad”.
Sin embargo, aseguró que sí hay reos que siguen trabajando en el teatro en la prisión para “su transformación personal, su crecimiento, su amor por la vida, su desarrollo humano, su avance jurídico, para tener otro juicio y otra actitud ante su situación y poder aportar algo para que se tome en cuenta y que los dejen ir libres”, porque así trabajan con el sistema y demuestran que son readaptables y sujetos de reinserción.


Un buzo de aguas negras
A lo largo de estos años, Jorge Correa ha desarrollado su propio método de enseñanza para llegar al interno e involucrarlo en el teatro, no con teorías sino con ejercicios “que el interno absorbe de volada, lo hace suyo porque es muy dinámico, muy alegre, muy jovial”.
Se trata del Sistema Teatral de Readaptación y Asistencia Preventiva (STRAP) con el que va directamente “a la conformación, a la sensibilización de un grupo, a la integración y a la puesta en escena con lo que tengan, porque actor es cada uno de nosotros que se atreve a reflejarse, como decía el maestro Azar”.
Con este método se puede montar una obra en tan sólo 15 días. “No hay nadie más en el mundo que Jorge Correa para poner una obra en 15 días de alta calidad”, reconoce con una mezcla de orgullo y humildad, por lo que ha decidido registrar el STRAP en un libro para legarlo a las futuras generaciones que quieran hacer teatro en esas condiciones.
Además alista otro volumen sobre su vida y sus anécdotas en el sistema penitenciario que llevará por títuloBuzo de aguas negras. Ambos libros que están por salir, publicados por Editorial Plataforma, serán presentados en Lecumberri.


De Liberarte a Expresarte
Además de consolidar el proyecto Liberarte para montar obras en los diferentes centros de reclusión federales, arrancado en el Cervantino y continuado después en el Penal de Villa Aldama, Veracruz, donde con gran éxito se escenificó el Viacrucis en Semana Santa, Jorge Correa prepara otra iniciativa denominada Expresarte, para hacer teatro con ex reclusos.
“Esta es una idea que toda la vida he tenido desde que empezó el STRAP, si creo en mi trabajo, por qué no demostrarle a la sociedad que no es solamente adentro, los puedo sacar al exterior y decir: mira aquí están tus criminales, quítales ya el estigma, no toda la vida son mataperros, merecen una segunda oportunidad, porque todo el mundo sale y no hay trabajo”.
Señaló que si con Liberarte “impactamos y rompimos paradigmas en el Cervantino, es el momento de que se le dé una continuidad”, para lo cual Jorge Correa busca un mecenas que no sólo brinde un espacio para hacer teatro, como el Foro Shakespeare, sino además oportunidades laborales. “Pienso en don Lorenzo Servitje de la Bimbo, que les dé trabajo como obreros panaderos y en la tarde se vengan a estudiar teatro”.
Con apoyo de la Coordinación Nacional de Teatro y el Conaculta detrás, dijo, esta iniciativa se podría llevar a los estados para hacer teatro preventivo comunitario. “Liberarte es un concepto muy romántico que ya lo iniciamos en Guanajuato, si era liberar, ahora es comprobar, expresar, sí se puede hacer teatro preventivo comunitario, no caer en panfletos, en campañas publicitarias de prevención”.
La magia de hacer teatro con quienes estuvieron presos, es que “ellos tienen la vivencia para decir no la riegues, te lo está diciendo alguien que duro 20, 25 años o más en prisión, que perdió todo y que está aquí dando un consejo directo, no un parecer ser, la vida te la estoy mostrando, que si te equivocas vas directamente para allá y no hay vuelta de hoja”.
Jorge Correa, infatigable en esta labor, ahora viajará a Sonora, al Cefereso 11 de Hermosillo, donde estará un mes para hacer lo suyo, ofrecer a los internos un encuentro con ellos mismos a través del teatro, que al mismo tiempo les brinda momentos de libertad en prisión.
 

Información: AGB

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