La Campaña de Nubia requirió la inversión de 80 millones de dólares, provenientes de 50 países, y de 40 misiones técnicas; logró salvar 22 templos y complejos arquitectónicos.

En nombre de un legado que era de toda la humanidad, hace 60 años se dio la respuesta internacional más grande de la historia para el rescate del patrimonio: el salvamento de los templos faraónicos de Nubia. Teniendo a cuestas la amenaza del cambio climático, la polaridad política y las crecientes necesidades para el sostén de pueblos y naciones, cabría preguntarse si la solidaridad internacional repetiría una empresa de esta magnitud en pro de la cultura universal.

Bajo esta premisa, el arquitecto Manuel Villarruel Vázquez, investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), hizo un recuento de este hito no exento de polémica, sus retos técnicos y alcances para la preservación del Patrimonio Mundial (término acuñado por la UNESCO, a partir de este hecho), en un webinario organizado por El Colegio de Arquitectos Guanajuatenses (CAG).

El especialista en conservación y gestión del patrimonio cultural, quien forma parte de la misión mexicana que restaura la Tumba Tebana 39, dedicada al sacerdote Puimra, en Luxor, Egipto, abrió el ciclo de conversatorios “Conocimiento en movimiento”, iniciativa del CAG que se hermana con los objetivos de la campaña “Contigo en la Distancia”, de la Secretaría de Cultura.

Recordó que el proyecto de la Presa Alta de Asuán, puesto en marcha entre 1960 y 1971, supuso el riesgo de poblados, ecosistemas y sitios arqueológicos de tiempos faraónicos y época romana, a uno y otro lado del río Nilo.

Al ser una problemática compartida, por la frontera geográfica entre Egipto y Sudán, ambos gobiernos demandaron la intervención de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), cuyo director general Vittorino Veronese, exclamó que “el mundo entero tiene el derecho de verlos perdurar”, en referencia a los tesoros culturales en peligro.

La llamada Campaña de Nubia requirió la inversión de 80 millones de dólares, provenientes de 50 países de los cinco continentes, así como de 40 misiones técnicas que llevaron al rescate de seis grupos de monumentos (22 templos y complejos arquitectónicos), entre los que destacan los Templos de Abu Simbel, excavados en una montaña por orden de Ramsés II, al sur del imperio.

El proceso para la conservación de estos templos, el de Ramsés II (con las grandes esculturas de Ra-Horakté, del propio faraón divinizado, de Amón-Ra y de Ptah) y el dedicado a la diosa Hathor y a Nefertiti, requirió un diseño multidisciplinario y una capacidad técnica extraordinaria: Se cubrió con arena la fachada de 23 metros de altura, se construyó un dique y una colina artificial hueca de concreto armado; paso seguido, fueron cortados y desmontados los bloques para su reinstalación, ocultando las líneas de corte mediante la colocación de rocas de la montaña.

“El caso de Nubia puso en la mesa de debate la dicotomía entre desarrollo económico y la conservación del hábitat natural y del legado histórico, y hubo que tomar decisiones que permitieran mantener, más o menos, equilibrada la balanza. Este rescate permitió la preservación de estos monumentos, varios de ellos desconocidos; inclusive la egiptología desdeñaba este territorio.

“Cabe decir que, en ese entonces, a finales de la década de los cincuenta y en los años sesenta, la normativa egipcia y los principios teóricos de la conservación distaban en buena medida de los vigentes. Quizás una de las enseñanzas más importantes es que empezó a comprenderse el concepto de Patrimonio Mundial y también del trabajo interdisciplinario; grandes expertos que tuvieron su ‘prueba de fuego’ con los trabajos de Nubia, fueron los redactores de la Carta de Venecia”, apuntó el maestro Villarruel. 

A la postre, la Presa Alta de Asuán, que elevó el nivel del agua en más de 60 metros, inundando valles, poblaciones y templos que no pudieron salvarse como el Templo de Hathor, en Mirgissa, dio lugar al lago Nasser, que con 5,000 km² es el embalse artificial más grande del mundo; reparte agua potable para uso doméstico, industrial y agrícola, haciendo navegable el Nilo para embarcaciones mayores, y permite la producción 50 mil toneladas de pesca al año y la generación de 10 billones de kilovatios.

Además de los salvamentos de Abu Simbel, otros ejemplos emblemáticos fueron los realizados en los Templos de Semna, desmontados y reubicados en el Museo Jartum; en el dedicado a Ra-Harakhte, en Amada, el cual data del Imperio Nuevo; y en el conjunto arquitectónico de la Isla de Filé (venerados por más de1,300 años), que volvió a montarse, entre 1974 y 1979, en otra ínsula, la de Agylkia.

También se efectuaron en el Templo de Beit el-Wali, trasladado a un terreno, junto con el Templo de Kalabsha; y en los de Dakka y Maharraqa, en Wadi es-Sebua o Valle de los leones.

Como gesto de amistad y agradecimiento, algunos templos fueron llevados  a museos del extranjero: a Turín, Italia; a Leiden, Holanda (templo romano de Taffa); y a Nueva York, Estados Unidos (Templo de Dendur, en el Met); además de Madrid, España donde, a diferencia de los anteriores, el Templo de Debod permanece en un espacio público y abierto, por lo que actualmente se discute un proyecto para su adecuada conservación.

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