Durante mucho tiempo, el ser humano ha buscado la cura de enfermedades que por su gravedad resultan mortíferas y a las que en tiempos remotos les endilgaban un cierto misticismo por la rapidez con que fallecían quienes la sufrían.

Con el paso de los años y los conocimientos que fue adquiriendo, descubrió las causas que provocaban los males, dándole continuidad a las investigaciones con resultados que aparentemente favorables, como el caso que ahora nos ocupa, con los caracoles marinos, cuyos componentes biológicos han estimulado el interés por los hombres de ciencia para usarlo con fines farmacológicos.

 Incluso, ya existen algunas fórmulas médicas en progreso para atacar males como el Parkinson o el Alzheimer.

Cabe destacar que en los últimos años, los océanos se han convertido en objeto de estudio para las instituciones farmacéuticas, que ubican su esmero en especies como algas, moluscos, peces, corales, entre otros, con la idea de que en ellos está la panacea para obtener los remedios revolucionarios para los padecimientos del hombre.

Las particularidades del mar han permitido que los organismos que lo habitan estén dotados de mecanismos complejos que les permiten sobrevivir en este medio. Sus toxinas son el resultado de un complejo proceso de evolución molecular y de interacciones funcionales que se han dado en la naturaleza a lo largo de millones de años.