Porfirio Díaz inició su carrera militar con la revolución de Ayutla y su bautizo de fuego lo tuvo en diciembre de 1854. Tres años después, en 1857, los liberales impusieron, con las armas y la ley, su visión de nación. No obstante, esto no significó la anhelada paz para los mexicanos, ya que los conservadores dieron un golpe de Estado que desembocó en la Guerra de Reforma.

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En ese contexto, a Díaz le fue encargado sofocar la rebelión conservadora en su estado natal; y en un enfrentamiento, en la región de Ixcapa, recibió su primera herida en combate. Años después, él rememoró: “en los primeros disparos (…) fui atravesado de la última costilla falsa (…) el tiro me derribó (…) pero me repuse violentamente y como lo exigía la presencia del enemigo me levanté, estimulé a mis soldados y pusimos en fuga a esa columna”.

Al finalizar la Guerra de Reforma, Díaz fue electo diputado al Congreso de la Unión. Mas el triunfo de las armas republicanas no fue definitivo; y, en 1862, los conservadores regresaron al campo de batalla apoyados por las bayonetas francesas, con el fin de instaurar un imperio.

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El 5 de mayo de 1862, al intentar tomar Puebla, los invasores fueron rechazados en repetidas ocasiones por el ejército mexicano al mando del general Ignacio Zaragoza. La victoria de los republicanos retrasó un año el plan de los conservadores, lapso tras el cual el ejército francés ocupó la ciudad y detuvo a Díaz, quien al poco tiempo logró fugarse. Señala el historiador Alejandro Rosas, que a Porfirio Díaz se le nombró jefe de un ejército inexistente: el de Oriente. Por lo que se dio a la tarea de levantarlo y organizarlo para continuar la resistencia contra los invasores.

En 1865, Díaz fue hecho prisionero nuevamente y se le invitó a unirse a las filas de Maximiliano, lo cual rechazó. Relata Alejandro Rosas que con la ayuda de un cuchillo y algunas cuerdas logró evadirse, arrastrándose sobre los techos de las viviendas cercanas a la prisión, descolgándose de muros y saltando cercas, hasta llegar a un sitio donde lo esperaban sus hombres con caballos listos para huir de Puebla. Una vez más Porfirio se dio a la tarea de erigir su ejército, para lo cual recorrió los estados del sur y en unos cuantos meses revivió al Ejército de Oriente.

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A partir de 1866 se inició la contraofensiva republicana. Con cada victoria Díaz aumentó su prestigio. En octubre ganó las batallas de Miahuatlán y la Carbonera, un par de meses después y apoyado por el ya entonces numeroso Ejército de Oriente sitió Oaxaca, que en pocos días cayó en su poder. De ahí continuó su avance y a principios de 1867 llevó a su ejército a Puebla y le puso sitio a la capital de ese estado.

Frente a la ciudad —y ocupando el mismo sitio que los franceses en 1863—, Díaz y sus hombres enfrentaban un serio problema, ya que la ciudad se encontraba bien protegida y esperaban refuerzos de Leonardo Márquez. El general Díaz —según refiere el investigador Raúl González Lezama—, determinó que contaba con varias alternativas: retirarse, salir al encuentro de las tropas comandadas por Márquez, abandonar Puebla y marchar a Querétaro; o asaltar Puebla. El 1 de abril Díaz y su Estado Mayor se decidieron por esta última opción.

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A las 2:45 de la madrugada del 2 de abril, los escasos 18 cañones con que contaba el ejército republicano abrieron fuego contra Puebla. Al mediodía la plaza fue ocupada y Díaz comunicó el feliz resultado al ministro de Guerra. Esta victoria le abrió el camino a la Ciudad de México y representó la victoria del ejército republicano sobre los imperialistas.

Un par de meses después, el 21 de junio de 1867, Porfirio Díaz coronó sus éxitos militares tomando la Ciudad de México sin disparar un sólo tiro. Así lo recordó en sus Memorias: “Se realizó sin derramamiento de sangre la ocupación de la plaza, quedando prisioneros todos los jefes y oficiales que la defendían. Conservé el mando de la plaza desde el 21 de junio hasta el 15 de julio, en que hizo su entrada el Presidente Juárez. Licencié algunas fuerzas, despedí otras y quedé con un ejército de veinte mil hombres con el cual recibí al Presidente de la República”.

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La historiadora Lara Campos Pérez señala que el 2 de abril se convirtió en una fiesta cívica que, con el tiempo, brindó la posibilidad de un protagonismo indiscutido al general Díaz. De tal manera que el régimen encabezado por él recurrió a la legitimidad que representaba ese episodio, sobre todo durante los periodos electorales, convirtiéndolo en uno de los argumentos nodales sobre los que sustentaron la reelección. Quizás por eso, al estar tan vinculada esta efeméride con su protagonista, cuando éste dejó la escena política la celebración prácticamente desapareció.

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